Una persona o cosa amada o admirada con exaltación dice la Real Academia Española que es un ídolo. A lo largo de nuestra vida idolatramos a mucha gente. Solemos pensar casi siempre en personalidades famosas, porque nos gustaría ser como ellos. Sin embargo, ahora que lo pienso creo que tenía a estas personas muy cerca.

En mi infancia pensé que mis ídolos pisaban el césped con botas de tacos, embarrados hasta las cejas de pelear por un balón. Resulta que no. Mis ídolos no saben lo que es un fuera de juego, aunque se hayan pasado las horas en campos de fútbol, sufriendo la lluvia en un partido de niños que el árbitro no quería parar; o sacando un balón de los estantes más altos de la casa a pesar de la estatura.

Otrora creía que mis ídolos eran aquellos capaces de desplazar un balón en largo, de pie a pie, levantando la cabeza y facilitando el juego del equipo. Ahora ya sé que no, que entre mis ídolos está la que mueve los hilos para que todos desarrollen su juego, por mucho que a ella le duela el alma o que su labor parezca ahora invisible.

Cuando saltaban al campo, mis ídolos de la infancia siempre estaban rodeados de niños. Los pequeños que hoy cantan y bailan bajo su mandato se parecen a los que acompañaban a los jugadores. Lo único diferente, que los negocios de mi ídolo de ahora no dan para facturar tanto y ella se levanta más temprano.

Escribo porque otra de mis ídolos no sabía hacerlo, pero peleó por los míos y casi pierde la cuenta de tantos que sacó adelante.

Cuando lo pienso, mis ídolos son tres niñas de ojos azules que quieren ser lo que ellas quieran.

Durante mi infancia idolatraba a hombres. Ahora ya no. Mis ídolos son feministas de corazón, aunque no hayan sido educadas para ello. Mis ídolos son mujeres y lucharán como tales.

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