HASTA 1857 una "ruinosa tapia" cercaba el atrio que antecede a la puerta. Un año antes, el bodeguero Julián Pemartín compraba el convento, lo derribaba y construía sobre él su vivienda y otras dependencias bajo diseño de Agustín García Ruiz. El templo siguió al culto como ayuda de parroquia de San Miguel y se integró en el nuevo conjunto mediante la creación del elegante enverjado, también trazado por García Ruiz y que tan característico resulta de esta iglesia. Al fondo, enmarcada por las dos hileras de naranjos, la portada. Su sobriedad de inspiración manierista puede confundir pero sigue muy de cerca otros ejemplos arquitectónicos jerezanos del último tercio del siglo XVII.

Traspasamos la puerta y tenemos que hacer un esfuerzo para imaginarnos un interior lleno de retablos y pinturas murales. Reconstruyamos con la mente lo que falta en sus bóvedas o la talla policromada que un día ocupó esos arcos ciegos en las paredes. Desde 1885, momento en el que las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús consiguen su cesión, el edificio se reforma, depura y adapta a los vigentes gustos decimonónicos. Mucho más tarde, en los años setenta del siglo XX, el minimalismo postconciliar hará el resto.

Sólo se mantuvieron tres imágenes de especial significación: el grupo dieciochesco atribuible a Jacome Vacaro de San Rafael y Tobías, tan a propósito para un colegio, y las dos grandes devociones históricas de la Virgen del Buen Suceso, pieza de mediados del XVI relacionada con Roque Balduque, y el Cristo de la Humildad y Paciencia, obra de Francisco de Villegas de la que en 2022 celebramos su cuatrocientos aniversario. Una efeméride que ha justificado un libro. Y un libro que ha dado lugar a la serie que ahora concluye con estas últimas claves para comprender este monumento religioso, “invisible” dentro del patrimonio local.

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