Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Mi primer concierto fue uno que nunca pisé. Miguel Ríos y el verano del 83 se aliaron para incendiar el país con la gira ‘Bienvenidos’ y ¡venían a Jerez! De teloneros, Leño y una tal Luz Casal. Pero mi madre no me dejó. Debió influir bastante que yo tenía nueve años y unas gafas de pasta que no me daban precisamente un aspecto de roquero irredento. Recuerdo que aquella noche pasamos montados en el 600 por los alrededores del estadio Domecq, recuerdo como rugían las guitarras. Y el zumbido del público. A todos estos sí les han dejado, pensé. Un tiempo después me ocurrió algo parecido con unos tipos que se hacían llamar Los Toreros Muertos. También me quedé con las ganas, y eso que yo tendría ya once o doce añazos. Eran otros tiempos. No es como ahora que están los estadios llenos de niños y de niñas perreando. Adorable.
Cuando cayó el telón de acero en mi casa aproveché la apertura de fronteras para viajar hasta el parque González Hontoria y ver en directo a Los Inhumanos. Aquello estaba a medio camino entre un concierto y una despedida de soltero encima del escenario. Para entonces ya sabía que la música en directo sería la segunda de las cosas que más me iban a gustar en la vida, y a partir de ahí llegaron los bolos del ‘6 grupos 6’, el verano de Mecano, La Unión y los Chanclas en la plaza de toros, los conciertos en el patio del colegio La Salle de Puerto Real, los ‘Super 1’ en Ifeca y aquella vez que los Status Quo tocaron en Chapín y sumando a todo el público cabíamos en un taxi.
Irrepetibles las giras de U2, el directo de ‘el Boss’ y las borracheras de rock con los Rolling. En junio de 2003 vimos a sus satánicas majestades en Barna y mi querido Juan Ignacio López (el Guapo para los amigos) y servidor nunca cogimos el avión de vuelta, o, al menos, el vuelo previsto. Las cosas de los chaveas. Estábamos emocionados comentando las mejores jugadas de la noche, discutiendo si nos costó más subir o bajar de Montjuic, que si Jagger, que si Richards, que si ‘Start me up’ o ‘Sympathy for the Devil’. Juanito sacó una petaca con Johnnie Walker, allí enfrente había una máquina de latas de coca cola, era justo en la puerta de embarque, la azafata juró que nos habían llamado varias veces por megafonía… Es la única vez que he perdido un vuelo y qué bien nos sentó. Volvería a brindar mil veces, Juan. Por todos esos conciertos inolvidables que nos hicieron sentir tan vivos. Y por los que vendrán.
También te puede interesar
Lo último