Jerez y un manto bordado: Pedro Domecq de la Riva

Pedro Domecq de la Riva, junto a Rufino Quintana Barroso, en una fotografía histórica de los años 60.
Pedro Domecq de la Riva, junto a Rufino Quintana Barroso, en una fotografía histórica de los años 60.

24 de enero 2025 - 05:00

Casi como un juego de palabras encadenadas. Pero por asociación de ideas -y no tanto al hilo de la lexicografía-. Con protagonistas nominales y nominados. Así surgen reacciones -en positivo- de los lectores tras el latido monotemático de según qué artículo periodístico. El papel prensa, una vez parido, vuela de flor en flor, como un colibrí. He aquí su majestad e incluso su mayestática. Antier miércoles escribí una columna a propósito de las elecciones en el Prendimiento. Agradezco los múltiples comentarios recibidos. Enseguida la vieja guardia de la ciudad mostró la gentileza de trasladarme anecdotarios relacionados con personalidades que dejaron huella en la cofradía de Santiago. ¡Qué rico venero sustancia la intrahistoria de Jerez! Ojalá pronto sostengamos en nuestras manos la aportación enciclopédica de quién fue quién en los distintos sectores -antaño y durante la noche de los tiempos- de nuestra Muy Noble -y no siempre muy leal- localidad. La lealtad es como la guarnición de silla, cada cual la adapta a sus horcajadas. Pues bien: al grano: siempre entregándonos a la órbita de la memoria, y situándonos en las antípodas de la amnesia más o menos colectiva, y tirando de luz y taquígrafos, y en el pretendido ánimo de no hacerle a nadie la cusca, entre charla y charlotada, enseguida salió a la palestra, repetidas veces, el meritorio indiscutible de Pedro Domecq de la Riva para con su corporación nazarena. Al pan, pan y al vino, un catavino de Jerez. A Dios lo que es de Dios, y al César, los laureles de su nombramiento.

Con letra de profesional médico en receta de urgencia, anoto algunas consideraciones de los interlocutores. La práctica totalidad coincide en valoraciones descriptivas: a saber: “Perico tenía mucha personalidad. Hombre afable y caritativo, que destacó por su gran afición a los caballos, y por el Polo, en cuya práctica llegó a obtener premios internacionales de primera categoría”. Me cuentan que, siendo hermano mayor del Prendimiento -entonces a este cargo, durante una época, se le denominó prioste- “trajo la guardia montada a caballo de Barcelona, que precedía a la Cruz de Guía”. Los antiguos cofrades de Jerez no dudan en señalar que Perico Domecq fue el gran impulsor del Prendimiento. Junto a cofrades de la talla de Rufino Quintana Barroso, el tío Bombo, como así acertó a denominarlo su angelical sobrina Begoña -desde hace ya muchos años habitante de un edén donde el dolor no existe ni el tiempo derrama medida ninguna-. Hoy preguntas a las nuevas generaciones de cofrades por Rufino Quintana y posiblemente se encojan de hombros. Ídem por Juan Luis Rodríguez de Medina, Paco Torrent, Juan Pedro Bernal o incluso, más reciente, José María del Río Serrano. Quizá a algún joven cofrade -más avezado- pueda sonar de oídas aquel sueño hecho a medias realidad que se dio en llamar Fundación Paz y Aflicción.

No es admisible que el legado inmaterial de los cofrades antecesores, tan “celosos de Dios”, se pierda por el desagüe del olvido. Habrá que operar iniciativas al respecto. Los hermanos difuntos han de permanecer vivos. No escatimar esfuerzos en hacerlos de nuevo cotidianos. De lo contrario la ventolera de la modernidad arrastrará todo un dechado de virtudes en pro de las cofradías y únicamente nos restará el baldío intento de apresar cuanto ya se ha esfumado, como en los versos de Blas de Otero: “Desesperadamente, le retengo/ cierro el puño, apretando el aire sólo…/ Desesperadamente, sigo y sigo/ buscando, sin saber por qué, en lo hondo”. Pedro Domecq hizo mucho por el Prendimiento, como su hermano José por el Desconsuelo y Manuel por la Yedra. Los tres eran muy conocedores de la Semana Santa también de Sevilla. Tan pronto Pedro Domecq fue nombrado máximo representante de su Hermandad del Miércoles Santo principia a ejecutar una idea que mascullaba con redobles de ilusión: que la Virgen del Desamparo contara con uno de los más deslumbrantes palios de Jerez. La mirada y la contratación se instalaron en los talleres de Esperanza Elena Caro.

El 22 de mayo de 1948 se encarga el manto, bajo un presupuesto de 50.000 pesetas. Dicho y hecho, y ejecutado a la mayor brevedad posible, aunque sin perjudiciales prisas: tan es así que fue estrenado el Miércoles Santo de 1949. José Ramón Fernández Lira reflejaba en uno de sus libros lo siguiente: “Don Pedro Domecq de la Riva le prometió a la Virgen del Desamparo un manto por su primer hijo varón. El día que nació el niño era difícil saber quién estaba más contento, si la Hermandad o el nuevo padre”. La prensa local recoge en sus páginas del propio Miércoles Santo que “un artista sevillano, con todo el primor que caracteriza a estos hombres de la tierra de la Gracia, da unos toques sobre el grandioso manto ya colocado (…) Allí también, como un cofrade más, está el prioste, don Pedro Domecq de la Riva. Su expresión es de satisfacción, de profunda satisfacción. Y dicen los hermanos del Prendimiento, que si no fuera por su prioste, esta cofradía, postrada durante algunos años, hubiera seguido su camino oscuro y estrecho. Pero la providencia se ha valido de este gran cofrade para que no fuera así”. Todo esplendor, por descontado, tuvo un principio.

Grimaldi
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