Manuel Romero Bejarano

Juana de Melgarejo

Jerezanos bizarros de ayer y siempre

02 de abril 2023 - 06:00

Cristo de la Expiración.
Cristo de la Expiración.

Marianita, solita en su cuarto, la bandera se puso a bordar. La cogieron con ella en la mano, su delito no pudo negar...

Es cierto que cuando las autoridades detuvieron a Mariana de Pineda ella estaba solita en su cuarto, pero fue pura casualidad. Unos momentos antes, su inseparable Juana había salido a comprar hilo rojo a la mercería de la esquina para rematar el trabajo. Cuando a su vuelta vio a los guardias en la puerta, supo que las habían descubierto, así que decidió huir.

Juana de Melgarejo nació en 1800 en Jerez, en el palacio que su noble familia poseía desde hacía siglos junto a San Juan de los Caballeros. A los 17 se prometió con un capitán de granaderos, contrayendo matrimonio al año siguiente. El capitán había sido destinado a Granada y allí marcharon. Se cree que conoció a Mariana de Pineda durante un baile de oficiales en 1821 y, desde entonces, fueron íntimas amigas. Quiso el destino que ambas enviudasen con un mes de diferencia y, para estar más acompañadas, se fueron a vivir juntas en 1822. Marianita andaba enfrascada en asuntos políticos y contagió a Juana su ardor por el liberalismo. Cuando en 1823 Fernando VII acabó con el gobierno de Riego, ambas comenzaron a actuar en la clandestinidad. Durante años escondieron en su casa a opositores, les facilitaron dinero para escapar de España y hasta se encargaron de imprimir libelos contra el tirano Borbón. Claro que llegó un momento en que empezaron a levantar sospechas. La triste historia de Mariana de Pineda es de sobra conocida, no así la de su compañera de conspiraciones.

Por miedo a ser capturada Juana volvió a Jerez. Para escapar de las orillas del Darro se disfrazó de fraile franciscano, manteniendo tal indumentaria hasta salir de Arcos de la Frontera. A partir de ese momento se hizo pasar por una pescadera, luciendo tan sucia y desgreñada que nadie la conoció. A los pocos días de su llegada ‘La Granaína’ era la más farota del mercado, siendo célebres sus peleas con el primero que se atrevía a mirarla.

La noticia de la ejecución de Mariana, en mayo de 1831, llenó a Juana de rabia y tristeza, jurando desde ese momento odio eterno al rey felón, a Dios y a los fueros. Su lucha contra el sistema se centró en el campo religioso, emprendiendo una serie de ataques contra la Fe Cristiana que convulsionaron la ciudad.

La muerte del organista de San Miguel al reventar el instrumento durante una misa de réquiem fue considerada un accidente, aunque luego se descubrió que alguien había atascado los tubos con trapos húmedos. Luego vino el hundimiento de unas bóvedas en construcción en la Colegial, la desaparición de varias piezas de plata del convento de San Agustín y el incendio de la ermita de La Ina. En todos los casos se demostró que no se trataba de acontecimientos fortuitos, máxime teniendo en cuenta que siempre aparecía en el lugar de los hechos la inscripción LIBERTAD, IGUALDAD, LEY, como en la célebre bandera.

Con todo, los más preocupantes fueron los atentados contra las imágenes de devoción, en especial las que salían en procesión. El 24 de septiembre de 1831 la fiesta de la Merced hubo de celebrarse en ausencia de la Virgen, que había desaparecido el día antes de su retablo. A la semana fue hallada en un cuarto de las azoteas del monasterio, luciendo una pancarta con la dichosa inscripción.

Unos días más tarde el prioste de la Cofradía de la Soledad hubo de ser ingresado en el Hospital de la Candelaria con un ataque de ansiedad, tras descubrir que alguien había pintado barbas a la preciosa cara de Nuestra Señora. Orejas de burro al Señor de la Puerta Real, vestir de miguelete a la Pastora de San Dionisio y tapiar el camarín de Las Angustias fueron las siguientes acciones terroristas. Aunque la peor parte se la llevó El Cristo.

24 de enero. El Cristo aparece sin pelo. De inmediato María Sánchez donó su hermosa cabellera endrina para reparar la falta.

26 de enero. El Cristo vuelve a aparecer sin pelo. La niña Lolita Marín cortó sus trenzas de azabache para que su Cristo luciera de nuevo.

28 de enero. Aunque en San Telmo se dispuso una guardia de hermanos, esa mañana El Cristo apareció con el pelo cortado a trasquilones.

31 de enero. Después de tres días de cierre. Los hermanos de El Cristo deciden quitar de modo temporal el pelo natural a El Cristo y vigilar exterior e interior de su iglesia, disponiendo una

nutrida guardia de hombres armados con garrotes. En las semanas siguientes se impuso una tensa calma en El Campillo, si bien en la fachada sur del edificio (y no se sabe cómo) alguien escribió que el siguiente Viernes Santo sería el último.

20 de abril de 1832. A las cuatro de la tarde los cofrades empiezan a llegar a la ermita. En vez de cirios se reparten palos. Los cargadores lucen en la faja, junto al pañuelo bordado, navajas y pistolas. Fue José María Ramírez el que vio salir a un cargador hacia la parte trasera del edificio. Siguió al bacalao y comprobó como se introducía por unos matorrales pegados muro. Recordó que los mayores le habían hablado de un túnel que unía San Telmo con la Cartuja, aunque cuando entró descubrió una cripta abandonada llena de barriles de pólvora y a una mujer enloquecida a punto de hacerlos estallar.

Eran las cinco de la tarde y El Cristo volvía a lucir al sol del Campillo su espectacular melena negra cuando vieron llegar a Ramírez. Venía malherido y exhaló su último suspiro al pie del paso. Antes de morir, apenas fue capaz de explicar lo sucedido, si bien sus indicaciones fueron suficientes para conducir al resto hasta el improvisado polvorín. Allí yacía Juana de Melgarejo con una navaja clavada en el corazón.

Por orden expresa del corregidor, su cadáver fue descuartizado y cada cuarto colgado en cada una de las principales puertas de la muralla. La cabeza fue arrojada Hoyanca abajo.

Cuando en 1836 los liberales accedieron al gobierno municipal decidieron cambiar el nombre de la de la calle Empedrada por ‘Juana de Melgarejo’. Al conocer la noticia, los hermanos de El Cristo amenazaron con incendiar el Ayuntamiento y por eso la calle Empedrada se sigue llamando Empedrada.

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