Cuando uno está en la complicada adolescencia siempre necesita tener héroes en la cabeza. Yo no tenía uno solo, tenía varios, además del molde de la ensaladilla de La Palomas, que en eso me gustaría reencarnarme si eso de la reencarnación fuera cierto.

Mis héroes venían de noche, se me aparecían cuando me acurrucaba en la cama y me dormía con ellos. La radio me la colocaba, porque por entonces no había auriculares, debajo de la almohada como queriendo que solo fuera para mí…bueno esa es la versión poética. Lo hacía así porque si no mi madre, jartita la pobre, se levantaba a las tres de la mañana para desconectar el aparato mientras yo estaba ya en posición de felicidad de sueño.

Mis héroes hablaban de furbo, de ovnis o jugaban con las palabras de tal manera que algunas veces se erizaba el vello de los brazos. Aquellos héroes eran capaces de olvidar los disgustos del colegio, la putada que te había hecho tu amigo Antonio o incluso, por unos momentos, te hacían olvidarte de como habías hecho el candao aquel día cuando te acercaste a la niña de 1ºD con la que siempre habías soñado merendar chocolate con picatostes.

Algunos días por la mañana, cuando el despertador decía se acabó, me quedada un ratito debajo de la manta imaginando que de mayor quería ser José María García, Antonio José Ales o El Loco de la Colina, un tio tan majara que no tenía ni nombre.

Con ellos, con Luis del Olmo, con Carmen Coya y Pepe Benitez, con el maestro Iñaki Gabilondo, aprendí a querer a la radio, mi primer amor periodístico y dicen que el primero nunca se olvida…teoría que es también exportable a los shangüis de pollo, porque nunca me olvido del primero de tres pisos que me comí en El Telescopio, donde hoy está el Lulu.

Más de una vez, con el radio casset que me regaló mi padre y que le había traído un amigo de extranji de Canarias, jugué a ser El Loco de la Colina, a entrevistar a amigos a media voz, a hacerles preguntas raras con música de Vangelis (no sé si se escribe así) de fondo.

Luego ya más mayor conocí su cara y su lado más gamberro con sus ratones coloraos y el perro verde. Pase grandes ratos con sus entrevistas al Risitas o las reflexiones "con leñazo" del sabio de Tarifa. En fin, Jesús Quintero, que muchas gracias por todo, por sus lecciones, por sus ratitos y por hacerme feliz muchas veces hablándome bajito desde debajo de la almohada.

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