Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Sed de mal

26 de septiembre 2014 - 01:00

DISOLUCIÓN de las fuerzas represivas. A veces creo que este país es el pulso ditirámbico entre dos Españas irreales, imaginarias, tan vehementes en su retórica, en su cabezonería, que terminan convirtiéndose en reales por hartazgo de quienes las padecen o porque realmente inflan tanto la ficción de su empeño que el monstruo se encarna y echa a andar como un Frankestein ridículo y patizambo. Y entre una y otra, los demás, o hablando en plata, los de menos. La gente, expresión que no le gustaba a mi suegra porque le sonaba a hormigas.

Una España no se ha sacudido el pelo de la dehesa retrógrada, el tic de los privilegios y los derechos adquiridos. La otra sigue anclada en los resabios del antifranquismo, sumida en los clichés de sublimar miserias individuales con ungüentos colectivos. Dos revoluciones pendientes. Con honrosísimas excepciones, esos modelos se han colado en la vida cotidiana, ocupan escaños, foros de opinión y no digamos las famosas redes sociales. Y han conseguido que esos estereotipos se articulen y conviertan cada conversación en un intercambio de naderías.

Esa dicotomía ha configurado los roles. Un cura tiene que morir de ébola para salvar la reputación de su colectivo. Un operativo policial tiene que atrapar en una operación de película a un depredador sexual para que todo un gremio empiece a ser considerado. Orson Welles hizo mucho por la rehabilitación de ese colectivo con el papel de Charlton Heston como sargento Vargas en Sed de mal. Estadísticamente, puede que las fuerzas de seguridad sean las que más víctimas han sacrificado, más bajas han sufrido por salvar vidas ajenas, por reparar afrentas salvajes.

Todos los informativos abrieron con las mismas imágenes, ese viaje equinoccial de la abyección desde Ciudad Lineal hasta un piso de Santander. Si uno da marcha atrás y se imagina un paseo cualquiera de una ciudad cualquiera por el que caminaran el cachas repugnante que abusaba de las niñas y una pareja de policías, no hace falta especular a quién mirarían con más desdén los que asocian uniforme con represión. Un policía en determinados foros es sospechoso mientras no se demuestre lo contrario. Es el agente de una fuerza opresora, invisible, paladín de multinacionales que los usan como cabeza de turco para introducir sus productos y comerle el coco a los consumidores. Mucha mucha policía.

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