A MENUDO, los adultos nos olvidamos de la merienda, ocasión predilecta sin embargo de los más pequeños. En el colegio, mirábamos con envidia a los internos y mediopensionistas, cuando llegaba la hora en que repartían el pan con chocolate. La merienda es una de las cuatro comidas establecidas para una alimentación sana. Nos permite arribar a la cena con menos sensación de hambre, lo que favorece una alimentación nocturna más frugal, algo muy recomendable, por aquello de que de grandes cenas están las tumbas llenas. Viene a tratarse de un intermedio feliz en el tedio de la tarde.
Una multitudinaria merienda tuvo lugar hace poco en la Escuela de Hostelería, a propósito de un acto entrañable en que fueron protagonistas las más pequeñas. Niñas del colegio Juventud representaron a grandes mujeres de Andalucía, una por provincia. Desde la emperatriz Eugenia de Montijo a Estrellita Castro, pasando por la princesa omeya Wallada o la filósofa María Zambrano. Una de las grandes mujeres andaluzas es de Jerez, la poetisa Pilar Paz Pasamar, y estaba allí, viendo a la chiquita que la encarnaba. Emoción doble, o múltiple: la que sintió Pilar al ver a Ainhoa, alumna de tercero de Primaria, representándola, y la que sintieron las niñas al ver de cerca a una de las importantes mujeres de nuestra historia. Las pequeñas se arremolinaron en torno a la autora de "La alacena" y no cesaban de pedirle autógrafos. Alargaban sus manitas con un papel a cuadros, tomado de alguna libreta escolar, en el deseo de que la gran autora les garabateara su firma. Seguro que Paz Pasamar volvió a sentirse la niña genial que se ganara la admiración de Juan Ramón Jiménez, reflejada ahora en tantas pupilas infantiles. Emocionada, dio las gracias y dijo que esa experiencia constituye el mejor de los premios y que había tenido que venir, algo tan bello, de manos de las jerezanas y jerezanos de su alma. El acto, propiciado por la asociación Las Beguinas a beneficio de un proyecto educativo con Togo, estuvo además amenizado musicalmente por dos precoces concertistas. Al fin, para que no faltara detalle, llegó el momento dulce de la merienda, donde contrarrestar la sal de las lágrimas de infinita ternura que habían acudido a los ojos. Porque las meriendas propician una felicidad sin ambiciones, serenan el ánimo y alivian el apetito. Merendando juntos, confraternizamos, nos sentimos mejores, nos queremos más. Que no se pierda nunca esta bendita costumbre, arraigada en los primeros recuerdos infantiles, cuando aún no existía el tiempo ni la muerte, ni teníamos conciencia del mal.
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