
La ciudad y los días
Carlos Colón
Telebasura, telemanipula
Gafas de cerca
Una estancia en tierra extraña, aunque de sobra asistida de cariño y de logística por allegados, prolongada como para enterarme siquiera de la misa la media, te propicia jornadas completas de gastar suela, observar y descubrir, o bien absorto y quizá espantando nubarrones. Rodeado por riadas, torrentes y escorrentías de turistas –otros turistas que no son tú, que lo eres– uno puede sentirse perfectamente a solas y aislado, a ratos mostrando ese atisbo de locura que es encontrarte de charleta en voz alta... y sin interlocutor. Atenas es un mágico lugar entre una marabunta que, o la logras esquivar o descontar, o añorarás el hogar y desearás que transcurran rápido los planes.
Entre el alto de la Acrópolis y hasta el Pireo y el mar, el forastero impera, y aun así la historia, la sabiduría y la belleza inmanentes debajo del presente pueden noquearte, preso de un stendhaliano rapto de espíritu y a lo mejor de su consiguiente desmayo: hay algo que está mucho más allá y más aquí que las tropas en bermuda, tocado, mochi y zapas (no las del cuerpo de zapadores, sino las de deporte, ya universales). Pero uno, con tiempo y poca manía, mira y remira, y compara con lo propio y de pronto lejano. La cerveza y el café rondan los 5 euros hasta en un local en una esquina de un pasaje de medio pelo.
Rosa me advirtió de que los cafés eran grandes y que la gente le daba coba durante horas, por eso se estila mucho el freddo, con hielo, en envase turístico con su agujerito para sorber, y una gentil botella de agua del grifo. Cerveza no se bebe como aquí, a pesar de estar bien ricas todas las marcas nacionales. En realidad, el mollate se trabaja menos que aquí. Unan una cosa a la otra y encontrarán una plausible hipótesis sobre lo desmesurado de esos precios. Y elevar el tiro: ¿cómo pueden los lugareños de a pie pagar estos precios, sólo algo poco menores en otras ciudades o islas? Pues cerrando la mano y el bolsillo. Su poder adquisitivo, tan micro, será débil como sus salarios; el auge de la industria de viajar sin necesidad, tan macro, será oxígeno para el PIB... si no, sería una invasión sin más, pero con Google Maps y tarjeta. Para el propio queda el tránsito hacia la austeridad.
Deambulando, y tomando tanto café como cerveza, uno mira unos 4.000 km hacia el oeste –casita– y entiende de una forma pedestre y empírica que los milagros económicos bien pueden ir de la mano de que gran parte de la población no pueda comprarse un coche sin comprometer su renta y patrimonio. Y, no digamos, un sitio propio donde vivir. Milagros de plástico.
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