¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
MUSEO de las momias de Guanajuato. Tómate tu selfie y etiquétanos. Guanajuato me conquista.
Solo hay una tarde, así que habrá que correr por las calles de Guanajuato. ¿Un tour guiado? Tal vez sea la única solución para verlo todo, además puede ser bizarro…
-Mi nombre es Mario y les haré la guía por Guanajuato. ¿Saben que la ciudad está llena de túneles? Los hicieron en los años 60 para solucionar el problema del tráfico.
Mario comienza a contar chistes (a cual más malo) mientras nos movemos por el inframundo. No se habla de la historia de la ciudad, ni de los monumentos. Se trata más bien de algo festivo y si no estuviésemos a este lado del Atlántico seguro que nuestro adalid se arrancaría con El conejo de la Loles. Los otros excursionistas, todos mexicanos, no paran de reír, mientras que refiere sus historietas, intercaladas con comentarios más serios.
-Este es el hotel Guanajuato, el mejor de la ciudad (es algo así como un producto de Exin Castillos) y aquí se han rodado grandes películas del cine mexicano, como "Capulina y las Momias de Guanajuato" o "Caperucita contra el Lobo Feroz"…
Pues sí que deben ser grandes películas. Vamos subiendo hacia las montañas, mientras la ciudad hunde su belleza en el valle. Nadie parece reparar en este hecho, pues todo el mundo está atento a las cuchufletas de Mario, que ahora nos sorprende con una serie sobre matrimonios.
-¿Quién de ustedes está casado? Ahora les contaré lo que le sucedió a un amigo mío. Resulta que su mujer era poco aseada…
Descubrimos que también aquí hay humor grueso justo al llegar a la iglesia de La Valenciana, un edificio descomunal plantado en medio de ninguna parte por la voluntad de don Antonio de Obregón y Alcocer, dueño de la Mina de la Valenciana. Ahí está el secreto de todo, en las entrañas de la tierra, que está preñada de plata. Del templo barroco volvemos al subsuelo, a explorar una de las galerías mineras. Siglos y siglos de fatiga que fueron sacando a la superficie carretadas de metal precioso, toneladas de lingotes que, puestos uno encima de otro levantaron Guanajuato.
Desde el monumento al Pípila, ubicado en una colina, se puede ver, a todo lo largo, la ciudad de plata. La Alhóndiga, el Teatro Juárez, el mercado, la cúpula de los Jesuitas, la Universidad, la colegiata de Nuestra Señora. Todo brilla. El oro de los retablos y la estrechez del Callejón del Beso. La marabunta que circula por todas partes y hasta los puestos de tacos. La luz de primavera da un toque mágico al ambiente, un aire de fiesta infinita costeada por el tesoro que nos regaló la Madre Tierra.
-¿Creen que hemos terminado? Todavía falta lo mejor. Yo les dejaré en la entrada del Museo de las Momias y ustedes harán la visita solos.
Antes de abandonarnos a las puertas del infierno, nos da un último consejo: Güeros, no dejen de hacerse un selfie con las momias, así se morirán de envidia en su país…
¿Qué se pensará el tío este que es nuestro país?
El museo está en la cima de una colina, en un antiguo cementerio. Parece que las altas cantidades de plata que contiene el subsuelo impide que los cuerpos se descompongan, así que las momias las da la tierra, como los tomates. Quizás con los tomates tendrían más respeto, porque a los pobres muertos les han montado una escenografía que se debate entre la Casa del Terror y el Tren de los Escobazos. Ni un solo letrero explica el proceso de momificación, ni la antigüedad de los cuerpos. Tampoco a quien pertenecieron. Cada uno reposa en su vitrina, mostrando mojama y horror a partes iguales.
Un ejército desvergonzado, que enseña mortajas secas o pelos del coño en perfecto estado de conservación, mientras que el público se divierte, entre la Sala de Tortura y la de la Voz de los Muertos, donde, para asombro de las personas decentes (que a la vista de los acontecimientos aquí debemos ser dos) las momias cuentan su historia
… y entonces fue cuando morí, y me enterraron. Pero luego me sacaron y me tienen puesto como un muñeco de feria… Vaya destino el de este pobre desgraciado.
El Ahorcado, El Fraile, o la momia más pequeña del mundo pugnan por llamar nuestra atención, en un espectáculo que oscila entre el espanto y la chufla. Luces que se encienden por sorpresa sobre la momia de turno para asustar a grupos de jovencitas que luego estallan en una carcajada, o el "Salón de la Muerte", el summum de la bizarría.
Este salón contiene elementos que pueden afectar a personas impresionables o quien padezca enfermedades cardiacas, de ser así se recomienda abstenerse de entrar.
Absténgase de entrar y el infarto le dará al ver a una gorda que hace como si le pasara el brazo por el hombro a una momia mientras que el novio la retrata. Risas y gritos. Flashes y poses. El despiporre padre a costa de la memoria de gente que no puede defenderse ¿Pero es que nadie ha pensado que están muertos? Igual en la siguiente sala aparece Capulina dándole un palo a una momia...
Con escándalo abandonamos el Museo, olvidando hacernos un selfie, aunque la etiqueta queda puesta a estos salvajes. Deseamos con todas nuestras fuerzas no fallecer en las próximas horas, no vaya a ser que nos cuelguen como a un títere de la Tía Norica.
Afuera nos aguardan ríos de plata que corren por las calles de Guanajuato, donde acaba de comenzar una noche que será muy larga.
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