Hablando en plata

Juan De La Plata / Presidente De La Catedra De Flamencologia

Ha muerto una bailaora de Jerez

A su hijo, Dieguito de Margara.

NO era una sílfide, ni mucho menos. No tenía una figura estilizada, ni un cuerpo fino y garboso como los de las bailaoras de academia. Era una mujer normal, más bien bajita y rechoncha, aunque con mucha gracia. La misma que derrochó siempre toda su familia. Pero cuando levantaba los brazos y los ponía en movimiento, las bulerías se le trenzaban y destrenzaban entre sus manos de gitana con mucho arte, acumulado en los genes, desde siglos atrás. Bailaba para rabiar. De bien para arriba; que mejor ya era casi imposible.

Se llamaba Luisa Valencia Medina, pero todos la conocíamos artísticamente, en Jerez, por 'Luisa la de Torrán' gitana buena, matriarcal, que dejó una descendencia de diez hijos, todos casados, que les dieron nietos y algunos biznietos. Uno de sus hijos, Garrido, le salió futbolista; y otro, además de ser también futbolista, ha sido y es bailaor de los buenos: Dieguito de Margara. El marido de Luisa, Diego Garrido González, tío de La Paquera, fue un gitano con mucho garlochí y mucho paladar.

Cuando yo conocí a Luisa, hace de esto muchísimos años, ya habían pasado los tiempos de su juventud, en los que bailó en la compañía de Lola Flores y Manolo Caracol; así como en tablaos madrileños como 'Los Canasteros', de Caracol, y 'Los Cabales', de mi buen amigo el mejicano Luisillo. En el año 1985 actuaría en la Cumbre Flamenca, de Madrid.

A Luisa la llevé yo a bailar a casi todas las Fiestas de la Bulería que organicé, junto a Tía Juana la del Pipa, Antonia la Marchena, La Tita y otras gitanas mayores que ejecutaban el baile viejo de Jerez, como nadie. Luisa lo bordaba y hacía encajes de bolillos con sus manos y su braceo de oro. También la llevé a bailar, más de una vez, a los festivales de Córdoba y, con su hijo Dieguito, al Teatro Español de Madrid; dejando siempre bien alto el nombre de su tierra, de su raza y de su familia.

Su herencia artística, su baile genial, espontáneo y natural, ha pasado ya, definitivamente, a manos de su hijo Dieguito, el futbolista que colgó las botas de jugar al futbol, para calzarse las de taconear por bulerías, con el mismo arte y desparpajo de su querida madre Luisa; la que acaba de dejar huérfanos a sus diez hijos y al baile de Jerez; aquél que con tanta gracia hizo siempre, desde niña, cuando le cantaba su pare Torrán, y que supo pasear con tanto salero por tablaos y festivales. Dios tenga en su gloria a esta gitana buena a la que todo el mundo admiró y quiso.

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