Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Línea de Fondo
SERÍAN mediados de los noventa. El Xerez era un equipo consolidado en el grupo IV de Segunda B, año tras año partía como favorito, pero por unas cosas u otras no llegaba el ascenso a la categoría de plata del fútbol español. El Deportivo estaba plagado de jugadores canteranos que se abrían un hueco y se hacían un nombre en el fútbol español. Como en las películas de cine, voy a omitir los nombres para preservar el anonimato de los protagonistas, pero hoy me vino el recuerdo de esta historia y se me ha ocurrido contarla.
Sería mitad de temporada. El Xerez estaba cumpliendo pero las exigencias de la afición y la del propio club por ascender no permitía crear el clima deseado semana tras semana. Ascender estaba difícil, pero nada estaba perdido. El caso es que una noche, serían las dos de la madrugada, yo dormía a pierna suelta en casa. Justo en ese instante sonó el teléfono fijo de la mesita de noche, ya por aquel entonces, con la irrupción de los móviles, empezaba a ser una especie en extinción. El salto que pegué es fácil de imaginar, las pulsaciones pasaron en el primer timbrazo de 60 a 120. Yo pregunté con cierta angustia que quién llamaba. Ya me había puesto en lo peor.
¡Santi! Soy la madre de fulanito, sonó con una voz calmada y sedosa a la vez. ¿Tú cómo estás? ¿Y tu mujer?, me preguntó como si fueran las doce del medio día en mitad de la calle Larga. Yo que aún me estaba reponiendo del susto, algo descolocado ante lo inusual de la situación, me apresuré a decirle que mi mujer estaba durmiendo porque yo había cogido el teléfono muy rápido, pero que yo estaba bien, bien despierto.
Conociéndola desde hacía años, mis pensamientos se volvieron turbios pensando que a lo mejor a su hijo, le había pasado algo, aunque el tono de ella no denotaba angustia o un gran pesar. ¿Qué te pasa? le pregunté, a lo que ella pasó a exponer toda la artillería que solo una madre es capaz de manejar por el bien de su hijo.
¿Tú sabes por qué el entrenador no pone mi hijo? Lo cierto era que ese era un debate abierto en aquel momento entre la prensa y la afición ¿Qué le ha hecho mi hijo? Mi hijo no se lo merece, con lo bueno que es (eso lo entiende cualquier madre) y que lo tenga en el banquillo ¡Eso como puede ser!
El caso es que así transcurrieron unos cuantos minutos a caballo entre un monólogo y un dialogo. Hasta que le dije, mientras se me cerraban los ojos que yo no podía hacer nada. A lo que ella me respondió más o menos : con lo bien que tu hablas, intenta convencerle para que juegue mi hijo. Tu haz eso que yo mañana rezaré para que todo salga bien.
Yo no hablé con el entrenador por lógica y ética. Por cierto, ese tal fulanito llegó a escribir algunas de las páginas más brillantes del club y a convertirse en uno de los referentes del xerecismo de aquellos años. ¡Ah! y esa madre no solo me regaló una de las anécdotas más simpáticas de mi vida profesional, sino que me sirvió para reflexionar sobre ese amor incondicional que las madres tienen hacia sus hijos. Una madre siempre estará pendiente de su hijo, por mayores que nos hagamos.
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