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Rafael Sánchez Saus
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Se acuerdan de Nevenka Fernández? Hace ya un cuarto de siglo, aquella concejal del PP de Ponferrada fue víctima de acoso sexual por parte del alcalde de ese municipio, compañero de partido, y tuvo el valor de recorrer un camino poco transitado y lleno de trampas. Denunció, pública y judicialmente, a Ismael Álvarez, que se convirtió en el primer político español con una condena de este tipo. Para llegar a eso la joven edil tuvo que hacer frente a un entorno de máxima hostilidad, mientras que su acosador gozó casi siempre del apoyo de su partido y sus dirigentes, además de tener un amplio respaldo social, en especial en su municipio. Prueba de eso es que él siguió viviendo allí y casi una década después de la sentencia se volvió a presentar a las elecciones de su pueblo y recibió 5.719 votos. Nevenka tuvo que huir de Ponferrada y de España para poder llevar una vida normal.
Desde aquella historia hasta hoy han pasado muchas cosas en este país y en el mundo; una revolución feminista, con el movimiento Me Too como máximo exponente. En España ahora los episodios de acoso sexual salpican al PSOE, un partido que se ha dedicado durante estos años a encaramarse a una atalaya moral de defensa del feminismo. De la factoría socialista de argumentarios políticos han salido multitud de documentos alentando a sus cargos a atacar a otros partidos por no defender la causa de las mujeres. Seguro que muchas (y muchos) socialistas se sentirán estafadas al saber que esas consignas salían del mismo lugar en que movían sus hilos personas como José Luis Ábalos o Francisco Salazar.
Un batacazo similar se dieron antes también en el entorno de Sumar y Podemos (aunque esta formación quisiera hacer un absurdo desmarque) con el caso de Íñigo Errejón, que hizo saltar las costuras de la causa feminista de izquierdas. Como ahora ocurre en el PSOE, y desde mucho atrás en todos los partidos políticos, el gran desastre no lo causan los acosadores, los abusadores o los presuntos. Lo que corrompe todo es el silencio. Las alfombras con las que se intenta tapar cada vergüenza interna son las que minan de verdad la confianza, sobre todo la de los suyos.
De Nevenka a Salazar, ¿qué ha cambiado? Aquello no fue el caso Ismael Álvarez porque la que resultó juzgada fue ella; hoy sí parece que ponemos el acento en ellos, pero las denunciantes socialistas siguen anónimas. No quieren ser nevenkas.
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