Descanso dominical
Javier Benítez
Paco
Subirse a un tren hoy día en España es jugar a los dados con el destino, es arriesgar. No digo que sea una ruleta rusa, pero casi. La epopeya y la angustia pueden estar agazapadas tras el eco del din-don-din que anuncia tu suerte por la megafonía ronca de la estación. Nada que ver, desde luego, con el suspense en el aire de los vagones del Orient Express o la épica helada del Transiberiano. Ojalá. Aquí todo es mucho más prosaico, aunque un trayecto entre Lebrija y Las Cabezas te deje los huesos como un viaje en tercera clase desde Moscú a Vladivostok.
En un andén, mientras esperas, siempre hace más frío o más calor que en cualquier otro lugar de la ciudad. Pero, en ocasiones, el viajero tiene suerte y no se deforman los horarios, te toca ventanilla y el cristal está limpio, y nadie pregona sus intimidades móvil en mano en el asiento de al lado. Hace un par de semanas agarré el media distancia sin ninguna expectativa más allá de escribir un par de correos, brujulear en las redes sociales y llegar en hora a Santa Justa. Cantazo en los dientes. El billete esa mañana, sin embargo, me reservaba una mesa para tres en el vagón número cinco, lo mismo que había querido la casualidad para Ana y Paco. Fuimos hablando de la radio, los libros y el azar; de Iñaki Gabilondo, del vino y el brandy, de las esperanzas y del barrio de Santiago; hablamos hasta que el paisaje desde el tren, otra veces gris, me pareció un cuadro de Pissarro enmarcado, y el traqueteo de las vías, una amigable música de fondo.
Días después vi como Paco recogía en el Gran Teatro del Liceu de Barcelona el premio Ondas Especial por su trayectoria. Le oí contar, con su voz que siempre ha sido un bálsamo, que fue Ana quien corrió a darle la noticia del Ondas. Lo acababa de escuchar en la radio, en su casa de Jerez. Le escuché alentar a los jóvenes periodistas –“no os dejéis abatir por la precariedad”- y me emocioné con la historia del potrillo que le regalaron siendo un niño. “Aquel bellísimo animal debió llegar muy malito porque duró solo dos días; no quise verlo muerto y para curar la pena pensé que se había ido volando”, recordó sujetando entre sus manos el galardón en forma de caballo alado… Gracias, Paco Lobatón, por tanta verdad, por volver a tu tierra para regarla, gracias por ponerle alas a ese tren que cogimos un día distraído de noviembre.
También te puede interesar
Descanso dominical
Javier Benítez
Paco
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma
La esquina
José Aguilar
Los hombres del presidente
Postdata
Rafael Padilla
Mi mochila