La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
DON Pablo, usted que es un buen aficionado al flamenco, ¿la seguiriya gitana de Jerez es tan profunda y compleja como un buen palo cortado?
-Sí, Don Manuel, y por ello, muy difíciles de encontrar.
-¿Y por qué cree eso?
- Porque en ambos casos estamos buscando lo más jondo del flamenco y del vino de Jerez; una llamarada de ingenio, un rincón perdido en una bodega y en el corazón gitano, tan lleno siempre de dudas, de duquelas.
-¡Vaya!
-El palo cortado dicen que es un vino oloroso, pero con recuerdos avellanados, como el de un buen amontillado y la seguiriya entrecorta el alma; sí, tiene que salir del fondo del alma, pero del alma perdida, ¿sabe? Es un sentimiento de pena, más que un cante, y requiere, además, de 'jondura', dolor, mucho dolor.
-Sí que es difícil, por lo que parece...
-El palo cortado, Don Manuel, usted lo sabe, es un accidente, algo que surge de pronto, de improviso en un día de inspiración; necesita de un artista, de un buen capataz y en un día de ensueño. No siempre es posible descubrir esos aromas. Un palo cortado huele a mil cosas, todas las que pueda imaginar; a frutos tostados, a especias dulzonas, a maderas secas, al serrín y la viruta de ebanista, de carpintería fina y a muchas cosas buenas. Es un vino diferente, es la pura esencia del vino jerezano. Llena la boca de esplendor y de buen gusto; es algo sabroso, suculento, casi infinito. Es un vino de leyenda. Un auténtico milagro.
La buena seguiriya, lo más puro del flamenco, es tan estremecedora que detiene tu respiración. Te hace suspirar. Para el tiempo.
-¿Como el palo cortado que encontramos aquel día en la Bodega de La Serrana, no, Don Pablo?
-Sí, como aquel que se hallaba junto a la ventana por donde llegaba y refrescaba el poniente. Por aquella ventana que olía a mar. Ese toque salino imposible de encontrar en otro oloroso. En aquella bota, un prodigio, que usted marcó y que separó del resto. La rociamos en la criadera de la Solera Vieja Cortada, que sólo eran tres o cuatro botas. ¿Lo recuerda?
-Sí, ese día estaba inspirado. Me había enamorado. Fue justo después de la Semana Santa; aquel Miércoles Santo, cuando oí aquella saeta por seguiriyas al Señor del Prendimiento. Fue como un rayo que cortaba el aire. Y entonces apareció Zucarí…
Recordé este diálogo entre Manuel Buchanan, el enólogo y uno de los propietarios de J. Buchanan & Son Lted., y su jefe de Cuarto de Muestra, Don Pablo Díaz Benavente, mientras veía la estupenda película de López Linares sobre el Palo Cortado, al comienzo llena de imágenes impactantes de nuestras fabulosas bodegas, de tomas preciosas de unos viñedos de ensueño, casi pintados, llenos de lomas blancas y de varas verdes, que enseñaba los increíbles colores en sus vinos, dorados, pajizos, ámbares, cobrizos, caobas, rojizos y hasta casi negros; que atravesaba por calles limpias, casi vacías, con suelos brillantes de piedras azules y grises; que entraba en casas palacios llenas de sabor y elegancia. Parecía, al principio, que Jerez era verdaderamente el centro del paraíso. Pensé, deslumbrado, que al fin se hacía justicia con mis vinos, con mi bella ciudad.
Pero claro, era una película y al igual que el diálogo entre Don Manuel y Don Pablo, que pertenece a una novela, era todo irreal, porque cuando la acción va avanzando y profundizas en el verdadero sentido del filme, te das cuenta que Jerez a veces es solo eso, algo encantador, algo casi inventado, que se esfuma como un sueño. Un periodista muy reconocido me dijo en una ocasión, mientras paladeaba una copa de fino bien frío en la terraza de una caseta de la Feria, contemplaba el exuberante colorido del Real, el comportamiento refinado de la gente y su forma elegante de vestir, que los jerezanos éramos "un 80% ficticios y un 20% sólo de verdad", y no sabía si me estaba ofendiendo o halagando, pues añadió a continuación que éramos "todos una pura imagen y bastante etéreos". En el interesante documental, después de la ficción llega la realidad y las imágenes nos enseñan ahora un proceso decadente, mostrando algunas tomas, como las de nuestra vendimia, donde se trata a la uva de manera sangrienta, con operarios que lanzan sus dorados racimos a unas cubas llenas de suciedad y mugre, sin atisbo de cuidado ni cariño alguno. Sin la más mínima higiene, da la apariencia que es más bien un milagro y no un misterio, que con ese desdén hacia el fruto delicado de la vid, salga algo tan fabuloso como el Palo Cortado.
El documental, ahora, muestra una ciudad abandonada, casas en ruinas, monumentos y muros llenos de parches, contenedores de basuras por todas partes y comentarios de personas, poco seleccionadas, que afortunadamente salvan los restauradores, llenos de estrellas Michelin, que sí parecen apreciar y saben comunicar las excelencias de este gran vino, tan lleno de misterios.
Jerez tiene que cuidar su imagen, sobre todo en una película y aunque esta ciudad esté tan llena de embrujos, aunque sea tan diferente y tan profunda, como sus cantes desgarrados y sus vinos increíbles, debe mantener su elegancia, aunque a veces nos tachen de elitistas o irreales, como pensaba aquel periodista, que era un apasionado amante de nuestros vinos y le encantaba venir todas las primaveras a presenciar el espectáculo sublime de nuestra Feria.
Nuestro comportamiento refinado está en nuestros genes, nos viene innato. Y así, deberíamos volver a mostrarlo, comunicando el inmenso caudal y el incalculable valor de esos vinos; vendiendo el paraíso de sus bodegas, llenas de historia; de sueños, de seductores aromas, de rincones y luces acariciantes, de silencios oscuros; llenando sus calles de flores, iluminando y blanqueando sus fachadas y adornando sus balcones con esterones de esparto y gitanillas , para que cuelguen en cascadas los meses de abril y mayo, adornándonos en la Feria con claveles reventones, los moños y las solapas, convirtiendo el centro en un jardín lleno de rosas, para pasear, copear y convivir; llenar la ciudad de luces y de coplas de Navidad, de frutas doradas en los otoños, de música en las calles y de buen cante y baile en su Teatro Villamarta, inundándolo todo de cosas con arte, bellas y elegantes.
Podrá parecer que este Jerez es una ciudad de novela o tal vez de cine. Pero los humanos queremos vivir, en la medida de lo posible, en ciudades y en escenarios de cuentos, que nuestras vidas sean de auténtica película. ¡De fábula, vamos!
Jerez debe enseñar siempre su cara amable, su imponente señorío y repartirlo por el mundo, aunque, es verdad, seamos tan complejos, tan profundos, tan difíciles de encontrar como las seguiriyas gitanas. Como su maravilloso Palo Cortado, del que solo sale una bota de vez en cuando.
¿Verdad Don Pablo?
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