¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
DOS papas presentes para canonizar a dos papas. Nunca dos papas vivos, y nunca dos papas canonizados al mismo tiempo. Con un añadido, los dos vivos conocieron, y conocieron bien, a los canonizados; tanto el papa Francisco como Benedicto XVI mantuvieron contacto con Juan Pablo II y Juan XXIII.
Un acontecimiento único, jamás conocido hasta ahora y que con toda seguridad no se volverá a producir. Se comprende que millones de católicos y no católicos hayan seguido la ceremonia en directo a través de la televisión, se comprende el entusiasmo de los también millones de personas que se desplazaron a Roma para asistir a la canonización, y se comprende también que se hayan levantado voces que hayan expresado su reticencia a la canonización de Juan Pablo II, fallecido hace apenas diez años sin la necesaria perspectiva del tiempo para analizar en profundidad su trayectoria.
La Iglesia necesitaba este impulso, este empuje, y es probable que se hayan movido hilos para acelerar esta doble canonización que ha provocado entusiasmo masivo. Las nuevas generaciones crecen en un desapego creciente hacia la religión, hacia todas las religiones, y los seminarios vacíos de nuestro país, o casi vacíos, son habituales también en otros países de larga historia y tradición católicas. A la imagen del sacerdote que se ocupaba de media docena de parroquias en el medio rural hace apenas unos años, se sucede ahora la misma imagen del sacerdote que también se ocupa de media docena de parroquias pero que procede de México, Perú, Colombia o Ecuador, por la falta de curas españoles.
La llegada al Papado de Francisco está siendo un revulsivo en la vida vaticana con su ejemplo de humildad y de cercanía, y también ha abierto puertas con su flexibilidad hacia algunos comportamientos que sin ser contrarios a los principios fundamentales de la Iglesia encontraban una postura intransigente en las autoridades eclesiásticas. Es sin duda el Papa que se necesitaba para atraer a jóvenes y no tan jóvenes que crecen en un ambiente de creciente pérdida de valores y faltan referentes que en muchos casos sólo se pueden encontrar en la religión, y no necesariamente en la católica.
La canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, en un acto presidido por el papa Francisco, que por primera vez aparecerá en público junto a Benedicto XVI, no ha sido sólo un emotivo acto multitudinario. Su significado, su simbología, puede ser un acicate para que un importante número de indiferentes se acerquen a la religión. Y algunos de ellos se decidan por el sacerdocio.
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