Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Pues es mentira
La paz en Gaza se abre paso como un acontecimiento histórico que no puede ser recibido con ingenuidad, pero sí con esperanza. Tras años de sufrimiento, la tregua alcanzada constituye un primer paso hacia un horizonte más estable. La pregunta, inevitable, es si esta vez la comunidad internacional y los actores locales estarán a la altura del desafío. En el ámbito palestino, el acuerdo pone a prueba la capacidad de Hamas y la Autoridad Palestina para articular un proyecto común. En Israel, el Gobierno de Netanyahu enfrenta su propia encrucijada. Vender la tregua como un logro de seguridad puede aliviar la presión interna y dar oxígeno político al Ejecutivo, pero el verdadero examen será mantenerla en el tiempo, aceptando que la estabilidad de Gaza es también condición para la seguridad israelí. La tentación de reducirlo todo a un cálculo electoral o a un mensaje de fortaleza inmediata es grande, pero no sostenible. A largo plazo, la convivencia pacífica requiere decisiones valientes, incluso impopulares. La dimensión internacional es clave. Estados Unidos, Egipto y Catar han sido motores de la negociación, mientras que la Unión Europea y Arabia Saudí observan la oportunidad de impulsar un marco más amplio que devuelva a la mesa la solución de dos Estados. Es un tablero complejo: demasiados actores, demasiados intereses cruzados. Al mismo tiempo, el papel de Irán, históricamente alineado con Hamas, seguirá siendo una variable que nadie puede ignorar. Sus movimientos, silenciosos o explícitos, influirán en la durabilidad del pacto. La paz en Gaza no puede quedarse en la foto de una firma y tales abrazos. Debe traducirse en reconstrucción, en corredores humanitarios, en aulas abiertas y hospitales funcionando. Solo así dejará de ser un alto el fuego y se convertirá en política de futuro. Sin obras, sin inversión y sin garantías de seguridad para la vida cotidiana, la esperanza volverá a ser aplastada bajo los escombros. Es fundamental que la comunidad internacional no limite su acción a discursos solemnes: la paz también se construye con ladrillos, con medicinas y con libros de texto. Hoy Gaza respira. Es un respiro frágil, cargado de incertidumbre, pero también de la posibilidad de un mañana distinto. El deber colectivo es garantizar que mañana siga respirando, que no sea una excepción efímera, sino el inicio de una transformación real. Porque en cada tregua fallida hay generaciones que pierden la fe. Y si algo nos enseña la historia es que sin fe en el futuro, la paz no pasa de ser una palabra bonita. Confiamos pero con la respiración contenida.
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