
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La hora de Mazón
La ciudad y los días
Les decía ayer que además de los miserables que se han indignado porque la productora de La infiltrada, al recoger el Goya a la mejor película, se solidarizara con las víctimas de ETA, elogiara a quienes la derrotaron y recordara que la memoria histórica “también está para la historia reciente de este país”, están los pedantes a los que sentó mal que añadiera: “Por último, quiero compartir mi trocito de Goya con Santiago Segura porque nuestra empresa hace comedias familiares que hacen mucha taquilla y gracias a ellas podemos hacer películas arriesgadas como esta. En una industria sana se necesitan los dos cines. Uno no puede vivir sin el otro”. ¡Defender el cine comercial y la industria! ¡Intolerable!
Sin embargo, es una verdad conocida por todos cuantos no desconocen la historia del cine. Los autores del moderno cine europeo, por ejemplo, se beneficiaron de los éxitos comerciales que animaban a los productores a invertir en proyectos de riesgo que sumaban prestigio a sus ganancias. Y las confluencias entre ambos eran frecuentes en lo que a actores, equipos y productores se refiere: el mismo Alfredo Bini que produjo casi todo Pasolini producía comedias y películas de aventuras de bajo nivel; tras hacerse rico produciendo espagueti western, entre ellos los de Leone, Alberto Grimaldi se permitió el lujo de producir a Fellini, Bertolucci o Scorsese. Sin olvidar que hay películas que baten récord de taquilla y son obras maestras. Baste recordar a Monicelli o Leone.
Con razón ha dicho Santiago Segura: “¿En qué tipo de país estamos viviendo actualmente para decir que ese discurso alguien lo pueda percibir como de ultraderecha? Que he leído cosas así en Twitter y digo la gente está loca, se le ha ido la pinza totalmente. O sea, defender a las víctimas del terrorismo y decir que las pelis taquilleras también son necesarias porque dan músculo a la industria para hacer todo tipo de películas, ¿eso es un discurso fascista como he llegado a leer? Iros a cagar”. Poco elegante el final. Pero adecuado. Quienes consideran inconciliables comercialidad y calidad olvidan que entre las mejores películas del cine español la propia Academia incluye las muy populares y comerciales La verbena de la Paloma de Perojo, Marcelino, pan y vino de Vajda, Historias de la radio de Sáenz de Heredia o Atraco a las tres de Forqué, en su momento despreciadas por los pedantes.
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