NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Así a bote pronto, diría uno que no hay nadie que produzca más desconfianza que quien presume de no mentir. ¿Por qué hacer ostentación de virtud, si no es porque no se tiene? Demos por cierto, que ya es dar, que el franco irreductible lo es de verdad, y no dice mentiras así le vaya en ello el futuro de sus churumbeles o la gloria de su madre. En la taxonomía de la hipocresía y el ejercicio farisaico, hay un tipo de enemigo de la mentira que más bien es un incontinente de la verdad. Es casi peor. No hay mayor impertinencia que la de quien va arreando leves varazos a diestro y siniestro; y encima, “por tu bien”. En verdad, el cid de la perogrullada non petita te da el coñazo por su condición de alcahuete moralista, bien puede que aliñada de envidia. Es yonqui del pullazo de acera y pasillo: “Te veo como hinchado, no sé; mi difunto hermano empezó así, después se puso como verdáceo...”, te vomita clavando en tu pupila su pupila fosforita. Es mala leche. “Soy testiga y mi religión me prohíbe mentir, yo sólo puedo decir la verdad, toda la vedad y nada más que la verdad”; decía, para cantarlo todo, la portera de una de Almodóvar.
Entramos en septiembre, en su primera semana, la de los reencuentros. Es la Semana Grande del impertinente. “Qué morena, ¿no? Recuerda el cáncer de piel, Amparini”; “Primo, estás cartón-cartón, ¿dónde has dejado la mata de pelo, tan tuya?”, “¡Cómo te has puesto de salmorejo y de botellines, Frasco!, aunque pareces más niño, la verdad, con la carita de pepón”. Encima, vaselina: el francotirador de septiembre es un artista de lo suyo, y tras hacer pupita, te da betadine en forma de ojana (véase, piropo falso cual billete de tres euros). Dios nos libre de quien, a portagayola en una terraza, bambolea golpes de mano al aire y hacia abajo, y te suelta: “¡Oye! Ven para acá, que te voy a decir una cosita...”.
Un buen consejo a solas de una madre o de un verdadero amigo, su reconvención pertinente y carente de envidia, son justo lo contrario a los rejones de clavel sincerísimos de los impertinentes. Son sólo parecidos formalmente a la necesaria reprimenda que, puede que a la postre equivocada y dañina, quien te quiere te hace por tu bien (en privado, prego). Buen septiembre de buenos propósitos, por cierto. ¡Qué bien os veo!
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