Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Policía Nacional

11 de agosto 2025 - 05:15

La Policía es una necesidad a la que la desmedida ambición del hombre ha obligado. Se nos ocurrió lo de la Ley como único remedio para garantizar la igualdad, preservar los derechos de todos y proteger a los más débiles frente a los poderosos. No es que lo hayamos hecho muy bien, pues lo cierto es que ni hay igualdad, ni los derechos de todos son, a la hora de la verdad, los mismos, ni tampoco hemos logrado salvaguardar a los débiles del ansia desbocada y depredadora de ricos y poderosos. Pero es lo que tenemos, pues es lo que hemos querido, o consentido que haya. En cualquier caso es mejor que nada. La ley de la jungla no es, sin duda, una alternativa a considerar.

El caso es que, una vez creadas e instituidas las leyes, es imprescindible, para el buen fin de la ocurrencia, que se cumplan, pues de nada servirían si se quedasen en los legajos que pueblan las gruesas estanterías de los magistrados.

Sin embargo, no está en la condición humana, a pesar de haber sido el hombre consciente de la incuestionable necesidad de establecer normas que controlen la convivencia -eso son las leyes-, el acatamiento, sin más, de reglas que limiten su libertad, regulen su comportamiento y pongan coto al cumplimiento de su deseos cuando estos se sitúan por encima del bienestar del vecino. Había que establecer una fuerza coercitiva que impusiese el cumplimiento de la Ley, de aquí la Policía.

No acostumbro a quedarme callado ante abusos, engaños, amenazas, violencia gratuita, perversiones, injusticias o corrupciones -la lista es mucho más larga, pero si no la resumo se come el artículo entero-. Por la misma razón, trato de ser consciente y agradecido si las circunstancias, por la acción efectiva, generosa, cordial o bondadosa de alguien, hace que las cosas salgan como debieran salir: bien.

En el caso que hoy, amable lector, le comento, fue la Policía Nacional la que, en una actuación impecable, ágil y resolutiva, impidió que una estafa, y los responsables de la misma, se salieran con la suya. Y quiero reconocerlo y, por supuesto, agradecerlo.

Hace unos días alguien suplantó los datos y la identidad de un familiar muy próximo. No voy a entrar en detalles, tan sólo contarles los hechos resumidos, suficiente para cumplir con la intención que me mueve. Sirviéndose de argumentos que me convencieron, usando el modo de expresión propio de la persona por la que se hacían pasar, consiguieron que transfiriese una cantidad importante de dinero a quien creía alguien a quien quiero mucho y lo necesitaba. Sí, ya sé que todos nos creemos a salvo de esos engaños, pero, créanme, no pueden hacerse una idea de lo creíbles, convincentes y miserables que los sujetos de esa calaña pueden llegar a ser y la perfección que casi alcanzan en sus marranadas.

Cuando me di cuenta de lo que había sucedido, puse en alerta al Banco desde el que hice la transferencia y acudí a la comisaría de la Policía Nacional a denunciar la estafa.

Si les soy sincero, sabedor de otros caso similares y de la imposibilidad que éstos tuvieron para recuperar el dinero robado, no tenía esperanza razonable de que mi caso fuese diferente. Esperanza, si, pues es lo último que se pierde, razonable, no.

En los día siguiente recibí varias llamadas del grupo especial con el que cuenta la Policía para este tipo de delitos, pidiéndome más datos y ampliando la información que consideraron oportuna. Unos cuantos días después, comprobando el estado de mi cuenta corriente, vi un ingreso por el mismo importe que me habían sustraído: «devolución transferencia», era el concepto.

Hablé con la Policía Nacional, comuniqué lo ocurrido. Me dijeron que debía acudir de nuevo a comisaría para actualizar la denuncia con los últimos detalles. Así lo hice, y fue entonces cuando me explicaron la actuación que llevaron a cabo.

Consiguieron advertir, antes de que fuera demasiado tarde, al Banco receptor y bloquear, con tiempo suficiente para que no la vaciaran, la cuenta a la que fue el dinero robado. Una vez trasladaron la denuncia y los hechos a la entidad destinataria, esta procedió a la devolución de la suma estafada.

La agilidad, empeño, eficacia y profesionalidad con la que actuó la Policía Nacional, y en particular el grupo especializado en delitos informáticos, fu ejemplar, resolutiva y, en mi opinión, insuperable.

Agradezco la labor de estos profesionales y felicito a los responsables y a los mandos que corresponda, pues hicieron posible que la esperanza, que es lo último que se pierde, fuese una realidad. A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. ¡Muchas gracias!

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