Jesús Benítez
David Gilmour, alma viva de Pink Floyd
Descanso dominical
El miércoles sobre las ocho de la tarde llegamos al polideportivo de Guadalcacín y pude notar como otra vez me recorría el espinazo ese escalofrío eléctrico. El mismo que ya había sentido horas antes viendo al anciano que, a unos metros de allí, dejaba su casa atrás a duras penas y con el agua por las rodillas; el que me estremeció cuando esa niña cruzaba la riada de la Porvera y casi es arrastrada con su mochila por las aguas negras; el latigazo que nos congeló el aliento a todos mientras las pantallas de las televisiones y de los móviles comenzaban a vomitar imágenes de Valencia tan salvajes que no parecían reales.
En el polideportivo de Guadalcacín impactaba la fotografía en mitad de la cancha, bajo la canasta de baloncesto, de varias hileras de camillas perfectamente dispuestas, todas con sus mantas, para que esa noche los vecinos desalojados por la gota fría pudieran tener allí algo caliente: un refugio, unas galletas, un zumo o un café. La impresión se confundía con el orgullo y la admiración por los voluntarios de la Cruz Roja que habían preparado todo aquello, un escenario de solidaridad que normalmente vemos en otros lugares del mundo con menos suerte que la nuestra, con más catástrofes en el mapa.
Por fortuna, lo de aquí solo ha sido un rasguño si lo comparamos con la devastación que ha teñido de luto la comunidad valenciana y todo el país. Ahora que estamos tomando conciencia del alcance brutal y terrorífico de esta tormenta asesina, se multiplican las iniciativas de ayuda de colectivos, instituciones, hermandades, peñas. Mujeres, hombres, jóvenes y mayores con las tripas revueltas y el alma entelerida. Sin embargo, qué pena, siempre está la otra España; la de las administraciones que una vez más ni llegan a tiempo ni están a la altura, la de los políticos que se arrojan los muertos a la cara ante la estupefacción y la vergüenza de los ciudadanos de bien, la de los voceros y palmeros de las redes sociales que ignoran por completo la tragedia porque solo les importa la carroña y despedazar al enemigo. Qué asco, por Dios.
Habrá tiempo de pedir responsabilidades, pero no de boquilla, ni siquiera en forma de dimisiones. No. Responsabilidades penales, espero, para quienes antes, durante y después no solo no han servido de ayuda contra la catástrofe, sino que se han dedicado a echar más lodo del que ya tenemos encima. Habrá tiempo. Pero ahora tenemos que concentrarnos en abrazar a las víctimas, enterrar a los muertos y si acaso lamernos las heridas. Y para eso, menos mal, siempre habrá una mayoría de buenas personas, gente noble, como la que el miércoles se dejó la piel y lo tenía todo preparado en el polideportivo de Guadalcacín.
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