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A RIENDA SUELTA
S er crédulo tuvo hasta hace poco un halo de cierta bondad. Que alguien se creyera cualquier trola llegaba a provocar hasta cierto paternalismo hacia esa persona que hacía suya la más disparatada idea. Jamás ha tenido el ser humano tanto acceso a la información como hoy en día, pero de igual manera en pocas ocasiones los bulos y las mentiras han corrido tanto y tan rápido. Los artistas muertos que finalmente están vivos, las fotografías trucadas, las noticias partidistas y el terrorismo pseudoinformativo que algunos practican nos han llevado a perder esa inocencia y a buscar marchamos de calidad, sobre todo en la información que consumimos a espuertas por internet. A todo ello se une que ser crédulo ha dejado de ser algo tierno para convertirse en una práctica realmente peligrosa. Varios cientos de miles de crédulos pueden llevar a un país al caos y la ruina. Que se lo digan a los alemanes, que ensalzaron a un criminal como Hitler, o a los ingleses, que se creyeron los cuentos de hadas de los partidarios del Brexit.
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