La Rayuela
Lola Quero
Rectores
Gafas de cerca
Hoy puede ser un buen día para crearse dos nuevos tipos de adversarios. Un primer grupo puede provenir de los fanáticos de El principito; el segundo, del feminismo castigador. Ambos proyectos de confrontación se funden en una noticia de máxima extravagancia y desolación intelectual; escogeré uno entre tantos titulares: "La Principesa: la versión feminista de El Principito con lenguaje inclusivo". Comenzaremos por una corriente feminista del XXI, la versión de la defensa de los derechos de la mujer que se enseñorea y excluye perspectivas conciliadoras o moderadas. Es el feminismo que no sólo multiplica los artículos y los sustantivos a la hora de usar el lenguaje, que allá cada cual, sino que señala con el dedo acusador a los (y las) herejes. Comprendo, y espero, que esta iniciativa de poner las sucias manos de lo políticamente correcto -que las tuvo limpias al principio, antes de degenerar en axioma, exageración e ineficiencia- y tocar al tan sacrosanto librito de Saint-Exupery sea algo particular, y no un nuevo estandarte y pancarta de lo que en feminismo está bien o, alternativa y obligatoriamente, mal. De lo que no cabe duda, a la vista de lo visto tantas veces desde hace unos años, es de que el lenguaje inclusivo resulta excluyente. Quienes no lo usen o usaren serán anatemas. Fuera del progresismo. Y del feminismo. Para muestra, el propio título: La principesa, que no La principita. Échale ovarios.
Y ahora, vamos a hacer amigos entre los adoradores de El Principito. Lo haré con una anécdota real hecha pequeña fábula. "Érase un padre de dos niñas que insistió durante su tierna niñez en leerles cada noche unas páginas de El Principito, del que se agenció varias ediciones, sintiéndose un padre de su tiempo, de lo más pedagógico, en vanguardia. Ya desde la segunda metáfora de su lectura a pie de camita y con coro de sorbetón de chupe, el padre comenzó a notar que su entusiasmo por la novelita no era compartido, y que muy bien sus pequeñas estuvieran cogiéndole hambre al niño de los rizos, a la serpiente-elefante-sombrero, al zorro y al planeta individual". "Papá, no te enfades, pero El Principito es un drollo". Y el padre, de repente, vio la luz. Desde que un profesor se empeñó, allá por sus diez añitos, en encasquetárselo por lo fino como una nueva luz moral y de irreductible individualidad, nunca se había atrevido a confesarse el sopor que le producía la historia. Tenía algo muy bueno, y bien pudiera ser parte de su éxito entre los sensibles militantes: era muy finito. Pero un drollo bastante goddo"
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