Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Esclavos de hoy
Los autores que nos comprenden, lo que es más importante que comprenderlos, escriben para mí, para ti, para individuos concretos. Recuerden las palabras de Borges: “Si Shakespeare les interesa, está bien. Si les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare”. Existe una versión apócrifa aún más hermosa. Cuando una joven le dijo a Borges que Shakespeare le aburría, le contestó: “Tal vez todavía no escribió para vos”.
Un escritor nos comprende como un amigo que nos conoce bien cuando describe una forma de vivir que sentimos nuestra, como una realidad o una aspiración. Me pasó, hace muchos años, con Blanco White cuando, expresando su nostalgia por Sevilla desde el exilio británico, escribió: “Todavía se fijan mis pensamientos en aquellas calles estrechas, sombrías y silenciosas, donde (…) los pasos retumbaban en los limpios portales de las casas, donde todo respiraba contentamiento y bienandanza, modesto bienestar ensanchado por la alegría y por la mesura de los deseos”.
Muchos años después leí estos versos hermanos del poeta cordobés Mario López que, a diferencia de Blanco, nació, vivió y murió en Bujalance: “Donde la vida es lenta y amable. Donde quedan / tantas pequeñas cosas amadas que, en silencio, / desde su humilde sitio han de llamarnos siempre”. Hay hermandades no solo entre ellos y yo, también entre ellos, más allá de circunstancias, siglos o distancias.
Conrad expresó, como nadie lo ha hecho, estas fraternidades en el prólogo de El negro Narcissus (Alianza): “El artista (…) se dirige al sentimiento del misterio que rodea nuestras vidas, a nuestro sentido de la piedad, de la belleza y del dolor, al sentimiento que nos vincula con toda la creación; y a la convicción sutil, pero invencible, de la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones: a esa solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor, que relaciona a cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad, los muertos con los vivos, y los vivos con aquellos que aún han de nacer”.
Como a Blanco, lo he citado muchas veces. Lo sé. Pero quizás usted, concretamente usted, no lo había leído. Y se lo merece.
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