Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Esclavos de hoy
The New York Times ha publicado la lista de las 100 mejores películas de este primer cuarto del siglo XXI a partir de las votaciones de más de 500 profesionales –actores, directores, críticos– que debían elegir diez títulos. El resultado es, aun admitiendo la subjetividad que estas cosas siempre tienen, un buen muestrario de los prejuicios que someten el intento, siquiera el intento, de un juicio objetivo a las modas ideológicas y culturales.
Entre las diez primeras no hay ninguna mala película, algo es algo, pero esa obra maestra que es Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson ocupa el tercer lugar, precedida por Parásitos y Mulholland Drive. Mal. Las otras son Deseando amar, Luz de luna, No es país para viejos, ¡Olvídate de mí!, Déjame salir, El viaje de Chihiro y La red social. Salvo las de los Coen y Miyazaki, un criterio mínimamente objetivo no las haría encabezar la lista de las mejores películas del siglo XXI. Especialmente en el caso del pastelito de colorines de Kar-Way adornado con canciones de Nat King Cole.
Pero pasan cosas más serías en las restantes películas. Ahí sí hay mucha basurilla sobrevalorada y unas elecciones que sirven como síntomas de la imbecilidad global. Aparece la basura de La zona de interés de Glazer, sobrevalorada mentira que trivializa la Shoah además de hacer una pésima interpretación del gran libro de Martin Amis, pero no figura El hijo de Saúl de Nemes, la más seria aproximación que el cine haya hecho a la no filmable Shoah gracias a un alarde técnico fruto de una decisión ética que logró entrar donde una cámara no puede hacerlo sin profanarlo. Tampoco está La zona gris de Tim Blake Nelson, infinitamente más rigurosa y seria que la piltrafa estetizada de Glazer.
Que una gran película como Una separación de Farahdi no aparezca hasta el 33 es chocante, vistas las calidades de la mayoría de las que la preceden. Y es escandaloso… No… No caigamos en exageraciones… Mejor digamos que es muy significativo que El árbol de la vida de Malick, esa obra maestra tan visualmente innovadora en su alarde de convertir contenidos ética, humana y religiosamente –¡tate!– complejos en imágenes, haya sido relegada al puesto 79. O que la estremecedora The Act f Killing de Oppenheimer lo haya sido al 82. Síntomas.
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