La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
HAY una izquierda pacifista, cuyos orígenes religiosos apenas puede disimular, que en realidad no está contra la milicia y a favor de la paz, sino contra el ejército que no esté de su parte y las guerras perdidas. No hay más que ver que en cuanto una izquierda redentora toma todo el poder en nombre del pueblo sin su permiso, lo primero que hace es crear un ejército popular y una policía al servicio, se supone, del pueblo. La izquierda verdadera y reaccionaria nunca ha triunfado sin brazos armados a su servicio. Recordemos que tras el triunfo inesperado de la revolución rusa la policía zarista quedó intacta, se le llamó de otro modo y se nombraron comisarios políticos de entre los agentes imperiales que corrían tras el carro del vencedor. Ni las revoluciones ni las invasiones, ni siquiera los benévolos cambios pacíficos y democráticos de régimen, pueden sustituir a la población mayoritaria y a sus ideas. Del cúmulo de errores de la II República Española sobresale la fantástica idea de que los españoles habían cambiado, como por ensalmo, de pensamiento y de sentimientos con su proclamación.
Otro ejemplo notable es el de Stalin ante la invasión alemana de la URSS. Había firmado un tratado de no agresión con sus hermanos ideológicos nazis y no se esperaba tal felonía cainita. Los rusos esperaron varios días las órdenes del padrecito, pero el padrecito estaba reunido con los pocos generales que habían sobrevivido a sus purgas y debía reorganizar el ejército y ponerlo en marcha sin dilación. Aparte de esta cuestión elemental en una guerra, usó los sentimientos religiosos rusos para dar ánimos y resistir. Las revelaciones de santa Matrona Nikonova al tirano, en el sentido profético de que el Ejército Rojo vencería a los invasores, fueron divulgadas por la propaganda comunista. Y, en fin, hemos visto como la izquierda se emocionaba con los fusiles portugueses adornados con los claveles de una revolución imposible, con los uniformes de Castro y Arafat, con las armas de los talibanes y los palestinos. En teoría, hay armas, guerras y guerreros buenos, pues su sacrificio heroico es para conseguir la sociedad feliz y justa donde no harán falta armas, guerras ni guerreros.
Todos estos pensamientos se nos han venido a la mente, y otros iguales de detestables para el pensamiento simple, al ver desfilar a las tropas españolas. Uno concluye que en un mundo de pensamiento desordenado el izquierdismo, que no ha sabido crear otro orden de pensamiento, vive aún gracias a fantasmagorías y sofismas: ser pacifista comporta ser antimilitarista y la creación de un gran ejército para combatir, vencer y exterminar a todos los ejércitos del mundo, imponer por la fuerza de las armas una paz tan convincente y benéfica, que el ejército de la paz se disolverá en cuanto no queden elementos disidentes partidarios del ejército. Lo de siempre.
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