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Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Sol invicto

Que Jesús hubiera o no nacido el 25 de diciembre carece de relevancia histórica. Importa si se lee la fecha en su carácter mítico y simbólico. Para los creyentes el “Sol Invicto” es significativo en su lucha contra la tiniebla. La lucha de contrarios se dirime en el avance de la luz sobre el predominio de la oscuridad, porque es en el solsticio de invierno cuando se abre la fase ascendente del ciclo anual, y por ello interesa su simbología.

La puerta invernal nos introduce en la fase luminosa del ciclo, y la fase estival (solsticio de verano) en la obscuración. Se ha señalado a este respecto el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno y el del Bautista en el solsticio de verano, así como la notable fórmula evangélica: “Es preciso que él crezca y que yo mengüe” (Jn 3,30). Algo así como el “yin y el yang” con que los chinos interpretan los solsticios y las fuerzas ocultas que rigen la naturaleza.

De manera semejante, en la tradición hindú, el solsticio invernal abre la “deva-ya-na”, la vía de los dioses, y el solsticio estival la “pitri-yana”, la vía de los ancestros, que corresponden a las puertas de los dioses y de los hombres.

En la iconografía cristiana, ya en el románico, Cristo es el “cronocrator”, señor del tiempo, en la medida en que se le compara con el sol iluminador del mundo, símbolo de fecundación que recapitula toda la interpretación de los héroes mitológicos y dioses solares. Es evidente que el símbolo del sol es tan multivalente como rica es la realidad solar en contradicciones (quema y da vida). Desde antiguo, para muchos pueblos, el sol es una manifestación de la divinidad. Sería prolijo enumerarlos todos…

Para los cristianos ha nacido el sol, que es la fuente de la luz, del calor y de la vida. La tierra recibe la influencia espiritual y celeste, la fuerza vivificadora que reabre el sentido de las cosas. Desde aquí se entiende que el cristianismo reabra el curso del “cronos” (tiempo), desde la inteligibilidad que ofrece el nacimiento del Hijo de Dios (encarnación), y se explique así el nuevo calendario, midiendo el cielo y la tierra.

No es de extrañar que a Cristo se le identificara con el nacimiento del sol, por ser él el centro del ser, como el sol está en el centro del cielo, él está en el corazón de todo, como inteligencia cósmica. No pocas veces se le ha representado con sus doce rayos (doce apóstoles) haciendo de él la imagen del “Sol de iusticiae”, o como llegó a decir de él Filoteo el Sinaíta “el Sol de la verdad”, lo cual evoca la transfiguración solar del Tabor.

O qué decir del crismón, monograma de Cristo, que recuerda una rueda solar. A lo cual aún habría que añadir que el sumo sacerdote llevaba sobre su pecho un disco de oro, símbolo del sol divino. Y así podríamos seguir sacando analogías hasta el infinito, porque no hay tradición ni mito que se precie que no tenga el símbolo solar como explicación cósmica de su realidad emergente.

Hoy el cristianismo sigue celebrando el solsticio de invierno, pero con un salto cualitativo y esencial. Quien explica la realidad no es un sol en su proceso telúrico o cósmico, sino el nacimiento de un niño desnudo e indefenso (símbolo de inocencia) que recapitula en sí la esperanza de los hombres.

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