La sublime elegancia de la tradición

Quousque tandem

12 de mayo 2025 - 03:06

Resulta gratificante ver, en estos tiempos de impaciencia y prisas, en los que la tecnología nos esclaviza y abruma, como la Humanidad queda absorta y expectante con la mirada fija en una sencilla chimenea. Espera para conocer el color del humo que saldrá por ella, desatando algunas decepciones más o menos previstas hasta que un indescriptible y sincero entusiasmo inunde a toda la Iglesia Católica y llene de ansiedad y a veces, preocupación, las cancillerías del mundo entero. El cónclave nos devuelve a momentos en los que el tiempo no se medía con la presión del cronómetro; las campanas de las iglesias ordenaban la vida, la luz del sol imponía el inicio y el fin de la jornada y las estaciones se sucedían con exquisita parsimonia.

La elegancia es gracia, nobleza y sencillez. No es una cuestión meramente estética, sino una actitud plena con la que afrontar la vida. La tradición –en frase atribuida a Chesterton que se debe a Mahler– no es la veneración de las cenizas, sino la preservación del fuego. Y mantenerla, en un mundo entregado a modas que se agotan y devoran al instante, es la sublimación del coraje. No se pretende destacar, basta provocar la emoción en los corazones y grabar el recuerdo en la memoria. La sublime elegancia de la tradición se plasma en la simplicidad de esa chimenea que se yergue sobre una modesta techumbre que arropa y oculta la imponente y fascinante belleza del Juicio Final de Miguel Ángel.

Más de una hora después de que el humo blanco se esparza sobre el cielo de Roma, colmando de alegría a todos los católicos –sea quien sea el elegido para asumir la cruz de calzar las sandalias del Pescador– y tras un bellísimo y centenario ritual que confirma que la belleza es signo evidente de Dios, la apertura del balcón de la Logia de las Bendiciones es recibida por una atronadora ovación en la plaza de San Pedro. Da igual quien sea el Sucesor de Pedro. El Papa es el Vicario de Cristo; los católicos no necesitamos más. Dios está con él, será su guía y soporte y los fieles deberemos ser su apoyo.

El rito nos recuerda quienes somos. Plasma nuestra historia, nuestra cultura, nuestro ser más profundo y ancestral. La memoria viva de nuestros mayores está en cada hilera de ladrillos con los que construimos, durante dos milenios, el sólido edificio de valores y creencias que nos alberga. Rodeados de tanta banalidad y cochambre, esta sublime elegancia nos reconcilia con la vida.

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