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SUBLIME I
Fue Charles Baudelaire, considerado uno de los poetas malditos del siglo XIX francés, quien dio luz a esta idea, que, con posterioridad, ha inspirado a otros poetas, y a escritores también, en la creación de algunas de sus obras: buenas unas y otras malas.
Vamos a dividir el artículo en dos partes. En la primera trataremos sobre «lo sublime», en la segunda, sobre las otras dos palabras que componen el título: «sin interrupción».
No obstante, antes de comenzar diremos que la Academia dice que sublime es «lo que describe algo excelso, eminente o de extraordinaria elevación, en especial en lo moral o intelectual». Nosotros añadiremos que sublime es lo que se eleva, y se mantiene, muy por encima de lo mediocre, lo que habla de tú a lo magnífico, el ideal que empuja al ser humano a no conformarse sólo con lo que parece limitado a poder alcanzar. Sublime puede ser el arte y el amor, la literatura y la amistad, la Naturaleza y la mar … Sublime es el alma que escala y supera la condición humana. Sublime … eres tú -respecto a la poesía, lo diría Bécquer-.
Asomamos a una vida muy lejos de lo sublime. Sin tener que ver con las particulares circunstancias en las que cada cual haya nacido; la relevancia con el que el siempre caprichoso azar haya querido, en nuestra llegada, intervenir; o que el momento en el que vimos las primeras tinieblas que nos aguardan en el valle, de sollozos o lágrimas, al que venimos para sobrevivir, o vivir, fuese más o menos propicio; con independencia de todo esto -decíamos-, la vida del hombre no es, no puede ser, de por sí, sublime. Y es así, en nuestra opinión, por la sencilla, y más que suficiente -así nos lo parece- razón, de que la humana condición no sólo no lo es -sublime-, es que está muy lejos de serlo. Y el nuestro es un mundo de humanos.
La grandeza de lo sublime, una de ellas, es que, sin nosotros serlo, está a nuestro alcance. Por esto, entre otras razones, lo sublime lo es. Pues no cabría calificar de sublime aquello que, por magnífico que pudiera ser, resultase del todo inaccesible para las humanas posibilidades: sería magnífico, excelso, paradisíaco, pero sublime, no.
La grandeza de lo sublime, otra de ellas, es que, una vez alcanzado, la conciencia de sentirlo nos convierte en humanos diferentes a los que hasta entonces fuimos. Pues aunque caigamos de lo sublime, una vez habitado, no regresaremos, jamás, a lo vulgar que pudimos ser.
Y es que lo sublime sabe alterar la condición, es otra de sus grandezas, de quien hasta él llega, aunque en él no se quede. Aprehenderlo es caminar un sendero que no tiene vuelta; entrar en un laberinto del que no se puede encontrar salida, porque no la tiene; soñar, durmiendo y sin dormir, un sueño que no conoce despertar; comenzar a sentir lo no sentido, y lo sentido también, de modo desconocido a lo que dábamos por conocido.
Lo sublime es, en fin, contemplar la condición que nos determina, desde fuera, y a mucha más altura, de la circunstancia que nos condiciona.
Morir, sin llegar a habitar lo sublime, es no haber vivido. Resignarse a no intentarlo es reafirmar la condición de mediocre en la que se ha elegido sobrevivir.
Creemos que la sola voluntad por conocerlo, procura que la sombra, aunque sólo sea la sombra, de lo sublime ampare el alma de quien pone el empeño suficiente en establecerse en él, aún a pesar de no lograrlo. Por ello, después de mantenemos con vida, si aspiramos a en verdad vivir esa vida de la que no queremos desprendernos, no existe más alternativa que emprender, persistir y no cejar en llegar a lo que hace que casi todo valga la pena: lo sublime.
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