Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
NO sé si finalmente dejarán de emitirlo, pero se estaba barajando retirar cierto anuncio de la tele. Y esta vez no era ni porque sacasen a unas señoras macizas promocionando perfumes con menos ropa de la que recomiendan las buenas costumbres, ni porque el producto en cuestión incitara al crimen organizado. Lo que se anunciaban eran unas simples galletas. Eso sí, rellenas de chocolate.
Y no es que esté prohibido anunciar galletas en España, así vengan rellenas de chocolate. Es que el gancho publicitario escogido para la campaña era una estrella del baloncesto, que primero aparece haciendo diabluras con una pelota, luego coge una de esas galletas de la discordia, se la come como si tal cosa (y, según parece, echar mano de estos ídolos del deporte para anunciar chucherías vulnera un código del que yo no tenía noticia hasta hoy: el código antiobesidad infantil.)
Es evidente. Que un ídolo del deporte aparezca en la tele zampando galletas puede suscitar dos respuestas por parte de la audiencia infantil. Es posible que los críos al ver el anuncio decidan imitar a su ídolo en lo de coger una pelota para largarse inmediatamente a la calle a echar una pachanguita con los amigos del barrio. O puede que escojan una alternativa de corte más sedentario y prefieran imitar al ídolo únicamente en lo de zampar galletas, para tumbarse en el sofá después de cepillarse el paquete entero, a hacer la digestión encestando pelotas virtuales en una videoconsola.
Es verdad que muchos niños españoles están cebados. Pero eso no es culpa exclusiva ni de los jugadores de baloncesto que anuncian galletas ni de los fabricantes de esas galletas. No vamos a negar desde aquí que las galletas tengan un alto contenido en calorías. Ni que el chocolate que las rellena engorde al ser consumido sin control. Pero lo que más engorda del mundo no son ni los hidratos de carbono ni los rellenos de chocolate. Lo que engorda de verdad es la ignorancia. Lo que engorda es no saber que la comida a lo bestia, o la bebida a lo burro, y hasta el deporte en demasía, acarrean secuelas.
¿Pero acaso nos vamos a pasar la vida echando las culpas a la tele de que haya niños rechonchos, o niños malencarados, o criaturas que no se laven detrás de las orejas? La tele tendrá algo de culpa, vale, pero los mismos programas los pueden ver los niños insufribles y los que son una ricura, los más vagos del lugar y los que tiran a empollones. Y eso depende en gran medida de sus papás, que en el peor de los casos habitan también en una especie de jardín de infancia sembrado de irresponsabilidad y piruletas.
Hoy son las galletas y mañana puede ser el whisky escocés (por no aclarar en sus anuncios que produce coma etílico cuando se bebe por litros.) Y así, cualquier día se va a presentar un cliente en la plaza de abastos, con los restos de una fritanga metidos en una bolsa, exigiendo su dinero y amenazando con denunciar al pescadero por no avisarle de que los salmonetes por dentro traen como unos pinchos. Creo que los llaman espinas.
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