Las teticas

Ulises prefería volver aÍtaca y con Penélope que quedarse con Calipsoporque era un conservador

El último y gustoso libro del marqués de Tamarón, que se llama -nomen omen- Por gusto, recoge una idea de Feijoo. Para el ilustrado, la Odisea adolecía de verosimilitud, pues quién puede creerse que Ulises, adorado por una diosa como Calipso, olímpicamente joven, superlativamente hermosa, prendada de él hasta las cachas y que le prometía la eterna juventud, se vuelva con su mujer Penélope, que estaría avejentada y de mal humor por la larguísima tardanza; y a Ítaca, una isla que es un pedregal. Benito Jerónimo Feijoo no tenía ni idea de lo que es ser un conservador. Se nota, además, que era célibe y desconocía los muy secretos y paradójicos encantos de la conyugalidad.

Ulises amaba a su mujer y a su tierra y a sus hijos y a su padre porque eran los suyos e iban en un pack. Su lecho conyugal estaba labrado en un inmenso olivo que abrazaba, con sus raíces inamovibles, el corazón de Ítaca. Además, Ulises, el de las muchas tretas, ¿no sospecharía que Calipso iba a convertirle en un cerdo, como hizo Circe con sus compañeros, aunque de otro modo y para siempre? El arraigo lo entendía mejor Luis Cernuda que Feijoo, curiosamente. Escribió estos versos que podría haber recitado Ulises: "Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?/ Es ésta solamente quien clava mi memoria".

Feijoo sí podría haber meditado sobre el bellísimo romance castellano que empieza "Estáse la gentil dama/ paseando en su vergel". Es la que llama a un pastorcico con muy evidentes intenciones: "Ven acá el pastorcico,/ si quieres tomar placer;/ siesta es de mediodía", etc. El pastorcito se escaquea y dice que tiene prisa, además de apuntar "que tengo mujer e hijos/ y casa que mantener". Picada, la dama se alaba a sí misma, aunque con gusto y picardía: "Hermosuras de mi cuerpo/ yo te las hiciera ver/…/ las teticas agudicas [¡qué maravilla de rima interna en consonante!]/ que el brial quieren romper…». Y sigue, hasta que el pastorcico, santo varón, corta por lo sano: «Ni aunque más tengáis, señora,/ no me puedo detener". Y se va.

Asombra que alguien tan listo como Karl Vossler glose la gentileza [sic] de la dama y la bellaquería [¡sic!] del pastor. No ha entendido nada, como Feijoo. Contra el pastorcico y Ulises no pueden nada ni los encantos de Calipso ni las teticas de la gentil dama, sin faltarle ni a la una ni a las otras, por supuesto, porque no se juzga la hermosura, sino la entrega del corazón.

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