Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
NO lo apreciamos hasta que él mismo nos ha hecho ver la trascendencia que tiene, y la que no tiene también. Pasamos media vida «queriendo llegar» a algo, queriendo conseguir algo… Mientras «queremos», el tiempo se va, porque esos instantes en los que queremos, deseamos o anhelamos, los dejamos de vivir, en espera de alcanzar lo querido, deseado o anhelado.
Parte de la otra media vida, la empleamos en sopesar y analizar, en reafirmar o negar lo pasado: algo que ya no tiene alternativa, ni remedio alguno, ni solución más que la que fue y ya se fue. El tiempo se nos sigue marchando. Algunos, en la parte de vida que les resta, asumen lo estúpido de su comportamiento, la cantidad de instantes, horas y días malgastados por, y sobre todo: para nada. Y en esa contemplación de su propia torpeza, en esa asunción de lo inútil de la mayoría de las materiales pretensiones en las que se empeñan, son capaces de reestructurar su conciencia de ser, amoldando su existir a la vida que tienen, a la que hoy, ahora mismo, es, pues el instante que pasó, se marchó para no regresar, y el que ha de venir, aún no ha llegado, de hecho no llegará nunca: el futuro es, por antonomasia, siempre futuro, nunca lo viviremos: cuando el mañana se transforme en hoy, dejará de ser futuro para convertirse en presente; nunca estaremos en ese mañana por el que hemos sacrificado demasiado –siempre demasiado-, es más: ni siquiera alcanzaremos a vivir el siguiente momento que esperamos vivir, supuestamente «colocado», desde el punto de vista temporal, detrás del que ahora mismo vivimos.
El tiempo con el que nos han hecho crecer, y en el que nos han obligado a creer, es pura fantasía, absolutamente. Esa continua sucesión de instantes que, unos detrás de otros, conformarían nuestra existencia, son una quimera, una manipulación torticera sacada de la chistera de un mago barato y tramposo, una soez teoría que sólo nos conduce al desconcierto, el hastío y la melancolía.
Los humanos somos, más que caducos, efímeros. Nuestros actos y silencios, nuestras ilusiones, desvergüenzas y fracasos, nuestros logros y nuestras frustraciones, no alcanzan a durar, ni mucho menos, nuestra propia vida. No somos, hoy, las personas que fuimos hace veinte años, ni los de hace diez, cinco o uno, ni siquiera somos hoy exactamente los mismos que fuimos ayer, porque entre ayer y hoy han sucedido cosas, hemos reído y hemos sufrido, hemos sentido, por tanto, hemos cambiado. Todo se desvanece en el mismo instante en que se crea, todo es y deja de ser en el mismo instante, porque para pasar del instante en el que «estamos», en el que somos, al siguiente instante al que llamamos «futuro», es decir: para seguir estando vivos, necesariamente hemos de abandonar el instante anterior, que será ya pasado, transformando el siguiente, ese pretendido «futuro», en nuestro presente, ese en el que ahora «estamos», ese en el que somos. Nada permanece, el tiempo tampoco, mucho menos nosotros.
La idea que tenemos de posteridad es otra descomunal falacia. El recuerdo que fijamos en los que nos quieren, apenas les sobrevivirá a ellos, los que vengan detrás de ellos nada sabrán de nosotros ni de nuestro recuerdo. La posteridad hay que vivirla hoy, porque mañana, lo que quede será de otros, nosotros no estaremos. Y, si algo de nosotros quedase: algún escrito o pintura, alguna composición o pensamiento, algún poema o escultura, no seremos nosotros los recordados sino esas obras que merezcan el interés de los que entonces «estén», de los que entonces sean.
Tener nítido y claro en la conciencia la infinitesimal brevedad que nos condiciona, nos hace libres. Es el Tiempo, con mayúscula, el que pone grilletes a nuestra libertad. Vivimos –mejor: sobrevivimos- determinados, de modo absoluto, por él. Si fuésemos capaces de fijar el Tiempo en lo que el tiempo realmente es: sólo un instante –el que pasó ya no es y el que vendrá aún no es-, nuestro tiempo –no hay redundancia- sería muy distinto al que es: viviríamos siempre en el instante en el que somos, y nos sentimos, vivos; dejando para «otra ocasión», para esa otra vida que sólo existe en la percepción que los demás tienen de nosotros, aquello que fuimos, pues ya lo fuimos, y lo más terrible y angustioso: aquello que se supone, suponemos, o suponen, que debemos, hemos o tenemos que ser, ya que, sencillamente, nunca lo seremos. Somos lo que somos hoy, ahora, en este instante.
También te puede interesar
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Lo complicado de lo sencillo
La ciudad y los días
Carlos Colón
Nacimientos y ayatolás laicistas
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Mejor por escrito
Lo último