Alberto Núñez Seoane

Adiós a un caballero

Tierra de nadie

06 de noviembre 2023 - 05:15

Manolo Caballero.
Manolo Caballero.

Escribir, o hablar, sobre una persona a la que apreciabas, que acaba de morir, nos empuja a ensalzar lo que de bueno tuvo y obviar lo que tuvo de malo. Hablar, o escribir, sobre un amigo al que no voy a poder volver a ver, con el que no podré volver a charlar, al que no voy a poder volver a abrazar, con el que no podré volver a compartir o discutir o acompañar … nubla los sentimientos, encoje la esperanza y entristece el corazón.

De modo y manera que voy a contar lo bueno de Manolo, y también lo malo: lo bueno fue que quiso, y pudo, ser una buena persona, lo “malo” es que fue bueno en una sociedad que ya no entiende de esas “cosas”, que no supo apreciarlo, no lo suficiente, en lo que mereció. Y fue bueno porque era esa su condición, lo fue en un mundo en el que mi amigo estaba incómodo: conoció tiempos mejores, mucho mejores. Y fue “malo” porque no se plegó a lo que las circunstancias exigían; se mantuvo firme en sus convicciones, ya éstas determinasen posibles beneficios, ya seguros perjuicios para él.

Se hizo a sí mismo, trabajó muy duro, y supo hacer del triunfo una cualidad, no una presunción. Amaba a su familia, quería a sus amigos y adoraba al pueblo que le vio nacer y vivir, y también morir: Jerez.

Fue un hombre que se ganó el respeto, y que sabía respetar. Su mundo, en el que muchos de sus amigos le acompañamos, quedó atrás en el tiempo, en un tiempo que no debió marcharse llevándose consigo aquello que hace que un momento, cualquiera que sea y dure, merezca ser vivido con plenitud. Por mucho que todo cambie, evolucione y, en el mejor de los casos, progrese, hay “cosas” que jamás deben perderse: los valores que nos hacen mejores y los principios que evitan que seamos peores. Sin ellos no nos va a ser posible alcanzar lo que buscamos y pretendemos, que no es otra cosa que acercarnos, en lo que se pueda, a la felicidad -objeto de nuestro único y real deseo en la existencia de la que dispongamos-. Manolo, mi buen Manolo, lo supo hacer; a pesar de las durísimas penas que la vida le obligó a sufrir, muchas y tremendas, nunca perdió su compostura ni sus valores, ni su gallardía ni sus principios, ni su educación ni tampoco sus devociones.

Ya sé … me podrán decir: “cuándo ya no están, todo son flores”, pero se equivocan. Discutí mucho y fuerte con él, en múltiples y variadas ocasiones; era un hombre de carácter, fiel a sus principios y leal a sus convicciones; testarudo, impetuoso, vehemente a veces, terco y a menudo obstinado, pero siempre en su sitio, eso … siempre, y es que “lo cortés no quita lo valiente”, ni lo pertinaz lo caballero.

En el “Club Rotary Jerez”, del que ambos, junto a otros compañeros, fuimos socios fundadores, -en este, que va para su fin, se cumplen veinte años de su creación-, Manolo fue particular maestro de ceremonias; cicerón, siempre hospitalario; ejemplo de entrega -hasta el final de sus días-, de compromiso y de generosidad, amigo de sus amigos, y no, no son “huecas” palabras, fueron realidades bien ciertas; orgulloso de “su” Jerez, de las costumbres en las que se educó; dispuesto a la ayuda, comprometido con la colaboración; incansable, en fin, en el saber estar y bien comportar.

Releo a Séneca, reviso sus “Cartas a Lucilio”, buscando consuelo para la muerte, siempre presente, incierta pero segura, condición insalvable de nuestro destino. No la mía hoy, que mañana será, pero sí la de un amigo, que, en razón de esa visita final, ya conmigo no va a poder volver a estar, ni yo con él: “Es tan insensato quien teme lo que no ha de padecer como quien teme lo que no ha de sentir ¿Existe, por ventura, alguien que imagine que vaya a sucedernos algo cuándo ya no sentimos nada?”, escribió el filósofo cordobés. “Cuando llegue la hora inevitable, debemos retirarnos con el alma serena”, apostillaba. Estoy seguro, Manolo, que tú la tuviste, serena y calma, en el momento de tu adiós. Yo, sin embargo, me quedo más solo y más triste sin ti.

Fueron épicos nuestros enfrentamientos -dialécticos, por supuesto- en las reuniones semanales del “Club Rotary Jerez”, al que te entregaste y con el que cumpliste, siempre como el que más. A pesar de nuestras muchas diferencias de opinión, nunca estuvo ausente el respeto que siempre te tuve, por una importante entre otras razones: nunca dejaste de ser coherente contigo mismo, ni con tus ideas ni con tus sentires: “chapeau”, Manolo.

No me acostumbro a las despedidas forzosas; no sé si a Dios gracias -por no haber perdido aún sensibilidad suficiente para no sufrirlas; o por falta de filosofía, al no haber aprendido todavía a superarlas. No quería perderte, pero sucedió.

Con mi cariño y respeto, Manolo, adiós -o mejor, hasta luego-, no dejaré que termines de irte, estarás en mi recuerdo. Hiciste honor a tu apellido: se fue un amigo, todo un caballero.

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