Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

El cáncer rojo

Es, más que un proyecto fallido, como dijo ayer el presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, un tumor maligno.

La biopsia se hizo en octubre de 1917 al cadáver de la Humanidad que envió a la morgue en la que expira la esperanza, Vladimir Lenin, un espíritu ruin, depravado y atormentado con la carga de perversión y maldad suficiente como para transmitir a la sociedad toda la miseria que infectaba su mezquina personalidad. Desde entonces, cuándo los bolcheviques consiguieron hacerse con el poder, las metástasis de la peor de las plagas que ha sufrido el género humano se han multiplicado por medio Planeta, invadiendo, de modo letal, vidas, ilusiones y futuros de demasiadas personas.

El tumor fue, es y muy probablemente será, maligno. Un muy claro, evidente y significativo ejemplo de la inaudita capacidad de 'hacer mal' que tenemos los humanos.

Jean Paul Sartre, uno de mis más admirados pensadores, nos ilustraba en su obra 'El ser y la nada' sobre los mundos y los modos en los que se manifiestan el 'en sí' y el 'para sí', facetas de lo que es y cómo es lo que 'somos'. No pretendo adentrarme en campos filosóficos que no vienen ahora a qué, tan sólo cito esta pincelada para traernos a meditar sobre lo más básico de las posibles causas de nuestro existir: para llegar a saber que, si estamos en el camino de ser lo que queremos ser, de modo inevitable hemos de ser conscientes de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde y de qué manera caminamos. Puede parecer simple, tal vez lo sea, en cualquier caso, en las conciencias de todo ello –"Cada conciencia es conciencia de algo", escribió Sartre- reside la clave para poder acercarnos a 'ser' un ser humano. Digo esto porque lo que somos, en el 'en sí' de Jean Paul, no 'sería', desde un punto de vista cotidiano, si no hubiese un 'para sí' que, de algún modo, le diese cierto sentido. Con el 'comunismo' -entre comillas- ocurre algo parecido: el comunismo -sin comillas- no 'es' -no puede realizarse como tal- el 'en sí' que debiera ser sin que haya un 'para sí' que lo manifieste -lo traslade-, tal cual se creó, al mundo que le rodea. Si esto no sucede, nada de lo que guarda el 'en sí' -en este caso, el comunismo- podrá ser percibido, conocido, vivido y disfrutado por el entorno -la sociedad- que hace posible y da sentido a la propia existencia de ese 'en sí'.

El 'comunismo' -entrecomillado- es la perversión de lo ideal. El comunismo -sin comillas- no existe, en realidad nunca ha llegado a hacerlo. Las posibilidades, ilimitadas, que hubiese tenido una doctrina ideada por humanos imposibles para humanos improbables, se reducen a nada cuando son miserables los humanos que imaginan un pensamiento para humanos imposibles. Qué quieren que les diga…

Cuba es uno de los tumores malignos resultado de la metástasis bolchevique de principios del siglo XX. La ruindad de sus fundamentos sólo es equiparable a la mezquindad de su evolución -sin 'r'-.

Fidel Castro, el líder revolucionario que se alzó contra la dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar, equivocó el grito: "Patria o muerte", dijo, en lugar de "Patria y vida", que debió decir. Tras derrocar al opresor en 1959, Fidel engañó a su pueblo, lo amordazó, encadenó y aplastó; se convirtió en un dictador 'comunista', valga la redundancia.

Hoy, sesenta años después de la traición de Castro a la libertad, después de seis décadas de estrecheces, penurias, hambruna, miserias y soledades, el pueblo de Cuba se echa a la calle para exigir al 'comunismo', lo que el 'comunismo' le arrebató: lo mismo que les prometió 'su comandante' cuándo bajaba de la sierra para botar al tirano: ¡libertad! Hoy, Fidel, su hermano y todos sus bastardos herederos en el 'trono', no son, en nada, mejores que el déspota contra el que lucharon porque esclavizaba a los cubanos.

No sé, Fidel y la compaña, dónde estarás, ni me importa, pero donde quiera que estés, te traduzco lo que la triste historia que escribiste dice de ti: ¡eres un dictador miserable!, igual de miserable que Batista, Chávez, Pinochet, Mao, Somoza, Lenin, Hitler, Stalin… y tantos otros.

Que el comunismo es un sistema fallido, es una evidencia incontestable dado que todos los que han dicho comulgar con la doctrina, terminaron por entrecomillarla y transformarla en 'comunismo'; la tragedia, que acarrea las consecuencias que todos los que queremos ver, vemos, es que aun queden en el mundo sujetos que piensen no es un fracaso absoluto.

Hay, sí, otra tragedia, pero es la de siempre, la que nos habla de la iniquidad del hombre, de sus oscuridades y cenizas, de sus bajezas y debilidades, de sus obsesiones y vanidades: es la de los que se sirven del desespero y la angustia de las gentes, de las necesidades básicas no atendidas, de las injusticias clamorosas, para enarbolar la bandera del descontento de los muchos para hacer creer a esos pobres desgraciados, que poco o nada tienen que perder, que les van a dar lo que necesitan y piden…

Luego, llega una realidad cruel, más dolorosa que las penas pasadas, de las que creyeron, al fin, haber huido, más implacable y demoledora, porque, además de lo prometido, les quitaron también la esperanza… y, lo peor: secuestraron la ilusión.

Fidel Alejandro Castro Ruiz, así se llamaba el traidor, yo, donde quiera que estés, te maldigo. Maldigo a todos los de tu calaña política, en mala hora paridos, esos 'comunistas' -con comillas- embaucadores de almas, trapicheros de dignidades, embusteros de oficio, vendedores de humo por tradición, desleales de afición y mezquinos de condición.

No hay enfermedad más grave que la que aqueja a quien no quiere reconocerla; ni nadie que corra más deprisa hacia el borde del precipicio final, que el que lo hace sin reconocerlo. Hay que hablar y contar, hay que narrar y repetir, hay que conseguir que sean muy pocos los que queden en disposición de perecer al encanto de estos progresistas bastardos que no traen más que miseria, dictadura, sangre y muerte.

La ignorancia es la más destructivas de las armas. En manos de sátrapas enfebrecidos por el poder, en garras del más caníbal de los regímenes políticos pervertidos por la ambición del hombre -el 'comunismo'-, sus efectos son tan devastadores que dejan como simples petardos de feria a las bombas de Hiroshima y Nagasaki: callan y entierran a pueblos enteros, durante décadas o casi siglos…, ahogan generaciones completas, de padres a hijos y a nietos y a…, encarcelan pensamientos, torturan las ilusiones, violan la esperanza y fusilan, al anochecer, cuándo nadie los ve, la libertad.

El único tratamiento preventivo para evitar las posibles metástasis rojas aún por venir es la información. La cultura es mano de santo contra el populismo barato del que se sirven esos sátrapas sin escrúpulos para vampirizar las vidas de los incautos. La firmeza en nuestras convicciones, la lealtad a los que dieron su vida por la democracia, y la defensa, sin ceder un milímetro, de nuestras libertades; son quimioterapia efectiva para alejar la posibilidad del cáncer rojo. Para evitarlo y desterrarlo para siempre, haría falta un poco más de valor y muchos menos complejos.

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