La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Alto y claro
Por avatares personales y profesionales, que les ahorro, casi me tocó sacar al AVE de la pila del bautismo. Si la memoria no me falla, que no creo, mi primer viaje en aquel invento, un Madrid-Sevilla, fue recién abierta la Expo del 92, apenas tres o cuatro días después de que se estrenara. Fue, créanme, un amor a primera vista. Acostumbrado a trenes que tardaban nueve horas en hacer el trayecto entre Sevilla y Madrid, que eran nocturnos, con vagones de literas malolientes y que un día sí y otro también acumulaban retrasos tremendos, aquello era caer de bruces en la modernidad: pasar del tercer mundo al primero y además a gran velocidad. Era una alegría ver aquellos trenes del 92 que prácticamente volaban sobre los secarrales de la Mancha y que en pocos menos de dos horas y media te cogían en la futurista estación de Atocha -que se parecía más a un aeropuerto que a su hermana mayor del mismo nombre- y te dejaban en la no menos pija de Santa Justa. El AVE era el símbolo de una España que corría para ser un país moderno. Desde el principio se hizo evidente que aquel tren había venido a cambiar muchas cosas. Y vaya si lo hizo. Creó un nuevo modelo de relación entre la capital del país y el sur olvidado y subdesarrollado. Cambiaron los modelos de negocio, las empresas se acercaron y empezó a llegar un tipo de turismo que de otra forma nunca hubiese venido. Madrid estaba más cerca de lo que lo había estado nunca.
Así fue durante muchos años y casi hasta anteayer. Pero como no hay alegría que dure mucho en casa del pobre, el AVE del sur ha empezado a tener achaques de viejo cuando Málaga y Granada apenas han tenido tiempo de disfrutarlo. La infraestructura que era una modernidad hace treinta años da muestras de que no aguanta el ritmo que se le pide y las averías, que antes eran tan raras que cuesta recordar alguna, se han hecho el pan de cada día. Cualquier viajero frecuente ha perdido ya alguna cita importante por los retrasos y sabe lo que son los parones en medios de los páramos manchegos o que el tren se quede sin aire acondicionado en tardes de verano a más de cuarenta grados. Algo que, por ahora, no les pasa a los que tienen la suerte de viajar de Madrid hacia el norte.
El AVE ha dejado de ser un lujo y se ha convertido en una necesidad, hasta el punto de figurar a la cabeza de las reivindicaciones de todas las ciudades importantes que todavía no lo tienen. Por eso, que se solucionen los problemas en la línea de Andalucía no es una cuestión que los responsables del asunto se puedan tomar a la ligera. Lo que nos jugamos en ello es mucho más que un tren.
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