Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
¿Por qué la Hermandad de la Borriquita se ha llevado este año la palma de las zambombas jerezanas?
LE tengo un especial cariño a las abejas, por más que me ponga nervioso su zung-zung molesto a mi alrededor. No distingo entre avispa, abeja y abejorro. Según el parecer de mis apicultores amigos, al bracear con el deseo de espantarlas, les doy a entender que ataco, de tal suerte que las pongo en práctica de guerra. Y para qué te cuento ¿quién es el guapo que mantiene firme el ademán?
Hay momentos en que los himenópteros resultan altamente perjudiciales para quienes tenemos algún inconveniente alérgico. Sobre todo, si se te cuelan a la veraniega hora sexta. Afortunadamente, los zánganos no son peligrosos para los humanos. A diferencia de las abejas obreras (qué cosas) los zánganos no tienen aguijón y, por lo tanto, no pueden picar. Ellos sólo copulan y mueren ¡qué vida! No entiendo por qué le han dado tan feraz nombre a las personas holgazanas que se sustentan de lo ajeno. No lo merecen. Acaso sea porque no labran la miel. En este sentido, ciertamente, hay personas zánganas, es verdad. Dicen, en algunos lugares, de aquellos que están al servicio de las brujas, ayudándolas en sus quehaceres y alegrándolas en sus aquelarres.
Para mí que estos pobres hombres no hacen sino tocarse el escroto, son holgazanes y poco más. Qué manía con meterse con la vida ociosa de quienes han encontrado la retribución inmerecida para todo el año. Son perezosos y sólo necesitan diligencia ¿Quién no ha sido en algún momento remolón, y hasta gandul? Cosa distinta es que se sustente de lo ajeno, quiero decir de lo tuyo, de lo nuestro, y ande poniendo los cuernos, como los zánganos, pero sin morirse. La cosa cambia.
La colmena tiene su organización, y de ella derivan pedagogías sustanciales que explicarían algo de la división social entre abejas-mujeres y zánganos-hombres, como teorizó Don Miguel de Unamuno en alguna de sus paradójicas explicaciones sociales de ‘amor y pedagogía’. Dice el filósofo que las mujeres realizan la noble tarea del trabajo, mientras que en su opinión los hombres (zánganos) son meros fecundadores que no saben ni trabajar ni, lo que es peor, trasmitir ese saber a sus crías: ‘mientras sean los zánganos los que rijan las colmenas y fecunden a la reina’. No deja bien parado al macho alfa, aunque le conceda feminidad de la madre y a la mujer virilidad del padre: hay, si se quiere, abejos y zánganas. Las cosas de Don Miguel. Arregla un poco la metáfora y da una pizca de vida al hombre, al menos alguna esperanza. En cualquier caso, deja claro que la abejidad, o el arte de hacer miel, fabricar cera y cuidar larvas, no le sea propio al zángano en su pedagogía abejil. Jean de la Fontaine, en su célebre fábula de los zánganos y las abejas, deja a los copuladores por lo que son, ya que ninguno sabía cómo construir un panal… ‘Porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen’ (Quijote, Cap. XLIX).
Toda una declaración de intenciones, que viene al pelo de cuanto nos sucede hoy con quienes se aprovechan del erario público y del modo gandul con que nos administran. Gentes que se sustentan de lo ajeno, a los que desearía se les desprendiese su aparato genital, como es el caso de los zánganos en la colmena. De chupópteros está el mundo ahíto. A lo que Cervantes explica, añadiría la nota de Tirso de Molina para quien el zángano, además de holgazán, es mentiroso, busca la ociosidad hasta el punto de, sin vergüenza, comerse la hacienda de lo ajeno. A este tipo de haraganes, incapaces de trabajar, se les llama también zanguangos (locución que le oí a mi abuela Cruz). Algo así como bultos que huyen de arrimar el hombro; que hasta simulan tener enfermedad con tal de no trabajar en algo. De este modo juegan con la mínima moral exigible de no mentir en la pena ni en desgracia, siquiera sea por los que de verdad la tienen. Siempre se ha dicho que, si en algo tuvieras necesidad de ayuda, mejor es dirigirse a quien esté muy atareado que a un zángano, porque nunca tendría tiempo para atenderte. Ojito por tanto con estos maulas que buscan excusas para no dar golpe.
En lo tocante a la política, tengo la nada despreciable impresión de que a la administración pública le interesa más la promoción de zánganos que el apoyo a quienes trabajan con iniciativa propia y denuedo. Zanganolandia está llena de subvencionados a cuenta. A cuenta del voto, se entiende. Subvencionar para no producir (como ocurre en agricultura) que parece un contradiós; liberar del trabajo a los trabajadores ociosos para ser representantes de quienes curran, un contrasentido; inflar la administración de burocracia improductiva, que machaca las arcas por falta de ingresos; tener más representantes que representados, demencial; duplicar las administraciones, es de tontos; fichar en la entrada de los ayuntamientos y desaparecer de la mesa de atención al público, un vacío existencial. Un zángano se agarra a un clavo ardiendo y se esclaviza, o vende, por un plato de lentejas con marisco. Le da igual, con tal de tener el jergón mullido.
El coste del absentismo laboral de los zánganos arribistas haría probablemente innecesario el incremento del IVA de las patatas y los zapatos. Los congresistas (nuevos liberados sindicales) no dan un palo al agua. Los ministros (22 creo) andan de acá para allá sin aprobar leyes y dando bandazos y excursiones como si estuvieran sacando del fuego castañas que no existen ¡Zánganos de una colmena que mata a las abejas trabajadoras! Ni leyes ni presupuestos. Así anda el país, en manos de quienes no saben qué hacer.
Perdón, quieren reducir las jornadas laborales. Muy propio de zánganos, ¿o acaso estajanovistas? Sería interesante hacer un estudio exhaustivo sobre la actividad del zángano ibérico en la época del apareamiento con la abeja melífera. ¡Cachis! queda por decir que estoy faltando a la justicia zanganolándica (salvo en el clero católico, claro) al no haber incluido a las zánganas con la paridad correspondiente. Jamás me lo hubieran perdonado. Ea, dicho queda.
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