Andalucía llega a este 28-F en una situación política sin precedentes en la historia de la autonomía: un partido de centro derecha está sólidamente asentado en el poder gracias a una mayoría absoluta incuestionable y al frente del Gobierno figura un presidente que goza de la aceptación de capas muy amplias de la población. Estas circunstancias son fruto de un ansia de cambio expresada en las urnas por los andaluces el pasado 19 de junio. La salida de los socialistas del poder en 2019, tras casi cuarenta años de mando ininterrumpido, fue consecuencia de una carambola política y de la aplicación de la aritmética parlamentaria. En aquella ocasión el PSOE ganó las elecciones y el PP obtuvo sus peores resultados. Sin embargo, la llegada de Juanma Moreno, al frente de un Gobierno de coalición con Ciudadanos, llevó a que los andaluces se apuntaran con entusiasmo al mensaje de cambio y regeneración que proclamaban los nuevos inquilinos de San Telmo. Hacía falta un aire nuevo. Cumplida la primera legislatura los electores consideraron que se iba en la buena dirección y lo expresaron masivamente en las urnas. Los resultados de junio dieron un amplio margen a Moreno para convertir esas expectativas en realidades. Esa es la principal exigencia y también el principal riesgo de esta legislatura. En el Gobierno andaluz se han depositado muchas esperanzas que deben traducirse en avances económicos y sociales tangibles. Si son defraudadas, Andalucía sumaría una frustración más que unir a las que ha acumulado durante las últimas décadas. Este 28-F hay que darle un voto al futuro. La región cuenta con todos los elementos para que esas ansias de cambio se traduzcan en la mejora de una tierra con un enorme potencial de crecimiento en todos los órdenes.