Mirar para otro lado

En la política española y en el Congreso de los Diputados faltan debates de altura sobre la convulsa situación internacional a la que nos enfrentamos

Nunca, desde el final de la Guerra Fría, el mundo había presentado una situación tan convulsa y con tantos focos de tensión. Y nunca, desde hace mucho tiempo, la política española había estado tan ausente de lo que pasa fuera de sus fronteras. Con Europa sumida en una guerra provocada por Rusia de final y duración inciertos, China disputando la hegemonía mundial y con problemas internos de enorme capacidad desestabilizadora, Estados Unidos en una preocupante recesión democrática y conflictos abiertos en una zona tan sensible para nuestros intereses como América Latina, España parece que prefiere mirar para otro lado. Lo sucedido este domingo en Brasil, con el intento de golpe de los partidarios de Bolsonaro, o en Perú, con la crisis institucional provocada por el ex presidente Pedro Castillo, afectan directamente a los intereses de importantes empresas españolas. El cambio de estrategia realizado por Pedro Sánchez en relación a Marruecos y la situación del Sahara Occidental o el reforzamiento con nuevos destructores del escudo antimisiles en la base de Rota inciden directamente sobre el territorio español. Ninguno de estos temas ha merecido la atención pormenorizada del Congreso de los Diputados, que sólo parece mirar al exterior en las tediosas sesiones que siguen a la celebración de los Consejos de la UE. Ni tan siquiera la guerra de Ucrania y sus consecuencias directas sobre la situación económica ha merecido debates de altura en los que fijar una estrategia. Las energías de nuestros parlamentarios parecen consumirse íntegramente con los temas domésticos que sirven para tirarse los trastos a la cabeza, condicionar las encuestas que se publican cada semana y buscar réditos electorales. Mientras, nos desenvolvemos en un mundo cada vez más complicado y más conflictivo. España se ve directamente afectada por estas tormentas. Quedarse al margen no es una buena política. Ni tan siquiera es una posibilidad realista, por mucho que la política española intente vivir al margen.

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