Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Escoger la libertad

¿Hay algo, por ejemplo, más infame que distinguir entre "jueces conservadores" y "jueces progresistas"? Es un insulto a la democracia

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Escoger la libertad

La generación de los niños de la guerra y la posguerra, después protagonista de la clandestinidad y la Transición, tiene muy claro que esta época ya no es la suya; la lengua del siglo XX que aún utiliza apenas es entendida en el siglo XXI. Su pasión por las cosas de la polis parece cosa de viejos a los menores de 30 años que ignoran a los partidos, no ven la televisión, tampoco leen los periódicos y se desentienden de la evidente crisis de la democracia española, por no decir europea.

Crisis, sí, porque no sólo los más jóvenes, también sus hermanos mayores vuelven la espalda a unos partidos políticos percibidos como artefactos que se han apoderado del Estado para exclusivo beneficio de la maquinaria partidista ("el aparato", se decía en la lengua del siglo XX). Una antipatía generalizada hacia la partitocracia puesta de manifiesto en la escuálida militancia de tales organizaciones hasta ahora tenidas por pilares de la democracia. Es un aserto común que el cristianismo desaparece en España donde sólo el 20% se declara católico practicante. Entonces, ¿qué decir de nuestros partidos incapaces de alcanzar un mínimo 5%?

Y, sin embargo, a pesar de esa indiferencia tenemos la sensación de vivir en un país hiperpolitizado que lo corroe todo. ¿Hay algo, por ejemplo, más infame que distinguir entre "jueces conservadores" y "jueces progresistas"? Es un insulto a la democracia. La Justicia no puede ser de derechas ni de izquierdas. Justicia es aplicar la ley vigente, no ponerse al servicio de una ideología. El juez vasallo de un partido prevarica y pone en riesgo al Estado de Derecho. El ciudadano, el opinador, el periodista que emplea los términos de "conservador" y "progresista" aplicado a la Justicia, ni cree en ella ni cree en la democracia. Como siempre, también aquí el uso del lenguaje es decisivo. Mas todo se conjura para socavar la democracia. Las jóvenes generaciones han comprendido que -como escribe Gabriel Albiac- "en el siglo XXI la política no pasa de ser una engañifa", por eso ahora dan la espalda a una televisión instrumento preferido de la mentira.

A los viejos con sus batallitas tampoco los escucha nadie, pero conservan el tesoro de una vivida experiencia: la explosión de alegría por la libertad recuperada, el prestigio inicial de los líderes, el lento desengaño y, a partir de Zapatero, el triunfo de la corrección política que sustituye a la izquierda, y un nuevo vocabulario donde imágenes y emoticones sustituyen a las palabras. Es esta experiencia la que permite aún a los descartados niños de la guerra y la posguerra enviar un último mensaje a hijos y nietos: "Sé tú mismo", es decir, liberate de forzados partidismos. "No serviré a señor que se me pueda morir", dice Francisco de Borja ante el cadáver purulento de la emperatriz. Cierto, no alabo el anarquismo que siempre acaba en un sistema totalitario; hago el elogio de la libertad del "anarca". Un consejo frente al consejo que el periodista Gabilondo daba al presidente Zapatero delante de una cámara de televisión que inadvertidamente seguía transmitiendo: "Habrá que tensionar (sic) un poco más a la sociedad para ganar elecciones". Y Zapatero asentía. Los mayores no olvidamos aquella frase, porque desde entonces nuestros señores no han cesado de tensar, de hiperpolitizar y de buscar hacer imposible la convivencia cívica entre los españoles.

Ninguna ley metafísica nos obliga a ser de izquierdas o de derechas, conservadores o progresistas. El ciudadano libre puede ser de derechas en su visión de las relaciones internacionales y de izquierdas en política educativa, conservador en las leyes agrarias y radical por lo que se refiere a los acuerdos entre la Iglesia y el Estado. No son contradicciones, es una liberación. Luego, cuando lleguen las elecciones votará por el partido éste o aquél según la coyuntura. No un pequeño paso, sino un gran cambio para verse libre de la partitocracia significaría una nueva ley electoral, un sistema mayoritario con distritos unipersonales. En la ley electoral vigente en España se votan siglas de partidos; con el nuevo modelo se votarían personas.

Escapemos de las simplificaciones impuestas a fin de recobrar la verdadera terminología distintiva: honrados y sinvergüenzas, trabajadores y vagos, inteligentes y necios, ilustrados e ignorantes, veraces y mentirosos, valientes y cobardes, virtuosos y tramposos... Las cosas que de verdad cuentan a la obra de elegir y de votar.

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