Tribuna

Joaquín Rábago

Periodista

De los antecedentes del trumpismo y sus efectos en la actual política española

¡Qué mina de oro habría encontrado en esta legislatura para unas nuevas “crónicas parlamentarias” como las que tan brillantemente escribió para la revista ‘Triunfo’ mi entonces redactor jefe Víctor Márquez Reviriego!M

e cuentan que Víctor lleva tiempo ocupado en una historia de aquella revista fundada en pleno franquismo por José Ángel Ezcurra que tanto hizo para la educación democrática de nuestros compatriotas y a la que a veces se olvida demasiado la prensa de nuestra transición.

Trabajé durante años con orgullo en aquel semanario, como traductor plurilingüe de textos ajenos, primero, y más tarde, mientras acababa mis estudios, como redactor de pleno derecho, antes de abandonar España para informar de lo que sucedía en democracias más avanzadas que la nuestra.

Es un hecho que, salvo excepciones, la información internacional, incluso la de los países miembros de la propia UE, ha interesado por desgracia menos de lo que debería en nuestro país, enfrascados como estamos siempre los españoles en peleas internas, que, como los árboles, no nos dejan muchas veces ver el bosque.Y, sin embargo, ¡hay tanto que aprender de ella! Deberíamos ocuparnos mucho más de lo que ocurre fuera para entender mejor lo que sucede o va a suceder más pronto que tarde también en nuestro ruedo ibérico.

Analizar, por ejemplo, la política de los últimos años en los Estados Unidos de América, país que siguen llamando “líder del mundo libre” y donde un presidente ególatra y despótico tiene prácticamente secuestrado a su partido mientras lleva a cabo su labor de zapa de las instituciones democráticas.

No hay que esforzarse mucho para ver cómo los partidos de nuestra derecha y nuestra ultraderecha, que últimamente tanto montan, montan tanto, siguen al pie de la letra el manual inaugurado allí, antes de le llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, por el también republicano Newt Gingrich.

Gingrich, que sirvió durante dos décadas en la Cámara de Representantes, de la fue también presidente y que se postuló en 2012 a la candidatura republicana a la presidencia del país, introdujo en el Congreso de Washington un estilo de hacer política basado en la guerra descarnada contra el rival, considerado en todo momento un enemigo.

Un estilo obstruccionista e injurioso el de Gingrich, no ajeno tampoco a las más disparatadas teorías conspirativas, que acabó envenenando irremediablemente el clima político de aquel país e impidió el normal funcionamiento del poder legislativo.Como contaba el periodista estadounidense McCay Coppins, en el perfil que le dedicó eh la revista The Atlantic, Gingrich, ídolo de la Nueva Derecha norteamericana, les dijo en una ocasión a los jóvenes activistas republicanos que el problema del partido era que no los estaban animando a ser incluso “repugnantes” con el adversario político.Para poder triunfar como partido, había, según Gingrich, que provocar el caos; los cachorros republicanos debían aprender que la política consiste en entrar “a degüello” con el único objetivo de hacerse con el poder y en ese combate todas las armas están permitidas.

No sé si los nuevos dirigentes, varones y féminas, del Partido Popular, por no hablar ya de los de Vox, han bebido directamente en las fuentes de la Nueva Derecha norteamericana.

Parecen, sin embargo, seguir al pie de la letra los consejos de Gingrich al punto de que, a juzgarlos por su comportamiento incivil e injurioso en la Cámara, más que “sus señorías”, merecerían, al menos algunos de ellos, el tratamiento de “sus villanías”.

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