Tribuna

Manuel Alejandro

Compositor

Un año después del homenaje, de la orquesta Álvarez-Beigbeder, a mi padre (I)

Un instante del concierto de homenaje en el Villamarta a Álvarez-Beigbeder, en noviembre de 2018.

Un instante del concierto de homenaje en el Villamarta a Álvarez-Beigbeder, en noviembre de 2018. / Vanesa Lobo (Jerez)

La música parecer ser que es el arte que menos y más lentamente se transformó a través de los tiempos. Se nota que el oído, incluso el del animal, es bastante perezoso; de donde deducimos que al ser humano le guste poco cambiar de melodía, y al animal, ni digamos, ni el gallo ni la rana ni el jilguero cambiaron jamás de tema... Y, por supuesto, los sistemas auditivos de ambos congéneres siguen intactos y de ahí que desde el Canto Llano y la Polifonía de John Dumstable y nuestro Tomás Luis de Victoria en el Renacimiento, hasta llegar al Neo-Clásico de mediados del XX o la Electroacústica actual de Durán-Dóriga, la música haya ido transformándose gota a gota y dentro de un estricto orden melódico, armónico y rítmico. Yo soy de los que sostengo que la música, como el aire o la luz, surge como un elemento más de la naturaleza, pero en estado “descompuesto” y como resultado de las vibraciones provocadas por las velocidades y los diferentes niveles de los cuerpos celestes, junto con las corrientes telúricas y los vientos solares; y que lo animal que puede, la imita a su manera, y el ser humano que sabe, la transforma según su época y la ensambla y la “compone”. Aunque siempre haya habido atonalistas, serialistas, o experimentalistas que intenten “descomponerla” de nuevo. Pero el oído humano, en lo referente a sonido, va buscando el acomodo, lo establecido, y el alma, que le acompaña, lo emocional, lo bello; lo que quiere decir que lo que no vaya por un camino armonioso tendrá corto recorrido; no es tan fácil engañar al corazón, y el ser humano seguirá eternamente penando en La Menor y gozando en Si Bemol Mayor.Y a don Germán lo tenemos justamente dentro de esos parámetros de orden y belleza, y, quizás, influenciado por el “cuarto y mitad” de sangre centroeuropea que le corría por sus venas, siguiendo los pasos de ese modernismo y neo-clasicismo de su época, pero, como él decía, sin olvidar jamás a don Johann Sebastian, padre de cualquier corriente surgida y por surgir. La aportación valiosa y única de don Germán a nuestra música está en que mientras la mayoría de los compositores españoles de su época vestían de puro impresionismo sus obras, él las rociaba con aguas del Danubio; sus argumentos, exposiciones, desarrollos y conclusiones; su temática universal la mezcla con los más bellos cantares de nuestra tierra y los engrandece con fluidos e inspirados contrapuntos que caminan por un sinfín de tonalidades, cromatismos y armonías. La simple Cadencia Andaluza la hace catedral y a la desdichada Petenera la viste de Valkiria; el pueril Vito lo dignifica, y a la Soleá, la hace sinfonía.Cuando se olvida de su Guadalete y escribe el Álbum de la Juventud, las Piezas Íntimas, la Nana, o el Stabat Mater, comprendemos todo lo dicho anteriormente, vemos claramente que todas las herramientas que utiliza para construir sus obras de temática española, son auténticamente propias, y que es fiel a ese su neoclasicismo. Una prueba de ello son sus muchas marchas procesionales, que rara banda española no interpreta con asiduidad. Salvo en ‘Amargura’, donde se vislumbra una dolorida saeta, las demás están construidas con puros mimbres universales, con los mismos que utilizaban sus preferidos, Meyerbeer, Wagner o Elgar. Es un género que debido a su firme y profunda fe religiosa frecuentó mucho, el artista se debe a la calidad, pero también a la cantidad, pues aparte de sus genialidades nos deslumbran sus maratonianas cantidades; ahí tenemos a Quevedo, la ingente obra de Picasso o de Shostakovich con sus quince sinfonías y bien extensas. Y es a la cantidad a la que renunció por su dedicación tardía.Impulsado por su madre, magnífica pianista, compaginó los estudios musicales con los escolares, pero cuando va a decidir encausar su vida exclusivamente en la música, su padre le impuso prepararse en el comercio para que fuera quien dirigiera el negocio familiar de vinos que poseían. Aunque siguió mezclando los vinos con los estudios superiores de la música con Pérez Monllor, que dirigía la Banda de la Armada en San Fernando, llegó un momento que tuvo que tomar las riendas del negocio y dedicarle todo su tiempo. Imitó a las grandes bodegas que abrían mercados en Inglaterra, Holanda... pero eligiendo una ruta bien distinta; Viena, Berlín... No dudo que pretendiera vender su producto, pero estaba claro que a la vez soñaba con rebozarse en los núcleos neurálgicos del estilo de la música que amaba... En la habitación donde me pasé estudiando hasta los veinte años, en la calle Merced, junto al piano y la biblioteca, había un gran buró donde guardaba documentos, postales, cartas y voluminosos libros contable que delataban sus huellas por muy diferentes lugares.

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