Cómo evitar lesiones en los pies durante el cambio de calzado en otoño
La adaptación progresiva de la sandalia al zapato cubierto puede evitar la fascitis plantar, tendinitis, rozaduras o uñas encarnadas.
El Colegio de Podólogos de Andalucía recomienda aprovechar estas semanas sin frío para adaptar el pie "poco a poco".
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Si queremos evitar contratiempos en breves fechas como la fascitis plantar, tendinitis, rozaduras o uñas encarnadas, es esencial adaptar nuestros pies del calzado descubierto del verano a otro más propio del otoño.
Y es que, según explica el Colegio Profesional de Podólogos de Andalucía (COPOAN), las altas temperaturas que se están registrando en Andalucía en este inicio de otoño están retrasando el momento en que la población sustituye las sandalias y el calzado abierto de verano por zapatos cerrados o botas.
"Esto significa que el cambio de calzado se producirá de forma más tardía y más repentina, justo cuando bajen las temperaturas, aumentando el riesgo de molestia", añaden los podólogos andaluces en un comunicado.
"Los pies se resienten cuando pasamos de golpe a un zapato rígido"
En este sentido, desde el Colegio de Podólogos de Andalucía se advierte de que este proceso de transición implica un cambio importante en la forma de caminar, en el reparto de presiones y en la movilidad del pie, pudiendo derivar en diferentes molestias o lesiones en los pies si no se realiza de forma progresiva y con el calzado adecuado.
“Durante el verano se usa calzado más plano, flexible o sin sujeción, lo que hace que la musculatura intrínseca del pie trabaje de forma distinta y el arco plantar soporte las cargas de manera menos uniforme. Cuando pasamos de golpe a un zapato cerrado y más rígido, los tejidos pueden resentirse”, explica Rosario Correa, presidenta del COPOAN.
Por ese motivo, los podólogos andaluces recomiendan aprovechar estas semanas en las que el frío aún no ha llegado de golpe para realizar una transición progresiva hacia el calzado cerrado, permitiendo que el pie se adapte poco a poco y evitando así molestias o lesiones.
De esta forma, los músculos y tejidos del pie recuperan de manera gradual su ritmo habitual de apoyo y movimiento, minimizando el riesgo de sobrecargas o rozaduras. Esta adaptación no solo ayuda a prevenir rozaduras o ampollas, sino que permite que los ligamentos, la fascia plantar y el tendón de Aquiles recuperen de forma gradual su tensión y elasticidad normales tras meses de menor sujeción y amortiguación.
Entre las afecciones más frecuentes que los podólogos andaluces detectan en esta época del año destacan la fascitis plantar (inflamación dolorosa de la planta del pie que aparece al modificar el tipo de apoyo), la tendinitis del tendón de Aquiles, las rozaduras o ampollas causadas por la fricción del nuevo calzado, o el dolor metatarsal, derivado de una distribución inadecuada del peso corporal. También pueden empeorar juanetes ya existentes o aparecer uñas encarnadas por el roce con zapatos más estrechos o puntiagudos.
A ello se suma el efecto acumulado del verano: el uso prolongado de sandalias o chanclas sin sujeción puede dejar el pie más seco, con la piel deshidratada y pequeñas durezas o deformidades.
“Los pies soportan nuestro peso a diario, y cualquier alteración en su apoyo repercute no solo en el pie, sino también en rodillas, caderas o espalda. Cuidarlos, hidratarlos y usar el calzado correcto es una inversión en salud”, señala la presidenta.
Recomendaciones de los podólogos andaluces para el cambio de calzado en otoño
1. Realizar una adaptación progresiva. No pasar de golpe del calzado abierto al cerrado; alternar ambos durante unos días para que los tejidos del pie se acostumbren al nuevo tipo de sujeción.
2. Usar calcetines finos y transpirables al comenzar a llevar zapatos cerrados, para evitar rozaduras y favorecer la ventilación.
3. Mantener una adecuada higiene y secado de los pies, especialmente entre los dedos, para evitar infecciones por hongos derivadas del aumento de humedad en el calzado cerrado.
4. Comprobar el estado del calzado de años anteriores. Las suelas deformadas o los interiores desgastados alteran la pisada y pueden provocar sobrecargas.
5. Elegir materiales de calidad y buena horma. El zapato debe ser flexible, con suela antideslizante, sin costuras internas agresivas y con suficiente espacio para los dedos.
6. Evitar los tacones altos o las suelas completamente planas. Lo ideal es un tacón moderado (2-4 cm) que favorezca la posición natural del pie.
7. Hidratar los pies a diario, especialmente el talón y la planta, para evitar grietas y mantener la elasticidad de la piel.
8. Acudir al podólogo ante cualquier molestia persistente, callosidad, dureza o dolor al caminar. Una revisión profesional puede prevenir lesiones más graves.
Por último, el Colegio Profesional de Podólogos de Andalucía recuerda que "una atención podológica regular y una correcta elección del calzado son fundamentales para mantener la salud y el bienestar general. La prevención, insiste, es la mejor herramienta para evitar lesiones que, en muchos casos, pueden cronificarse si no se tratan a tiempo".
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