Arte y elegancia en un paseo por el viejo Jerez
XXVI Festival de Jerez
El particular homenaje del Festival a José Manuel Caballero Bonald congrega a más de cien personas con un recorrido cargado de talento flamenco
Mirando al frente, hacia el horizonte, hacia aquellos viñedos del campo jerezano en los que generaciones y generaciones de vecinos del barrio de Santiago trabajaron durante años. Así contempla el busto de Manuel Soto 'Sordera' a todo el que accede al barrio como si fuera aquella histórica puerta de entrada a la ciudad. Junto a él, a sus pies, se dispuso Vicente Soto 'Sordera', su hijo, para enlazar una tanda de martinetes con letras del escritor jerezano, (gran amigo del Sordera) tanda donde el cantaor exhibió una vez más su categoría como intérprete.
Era la primera parada de este particular Paseo con Caballero Bonald, una iniciativa programada por el Festival de Jerez para honrar la memoria del Premio Cervantes. Rodeado de unas cien personas, entre ellas muchos artistas, Vicente puso la nota sonora al guión confeccionado por José María Velázquez-Gaztelu y que transformó en lectura la escritoria Josefa Parra.
Callejeando por el Jerez histórico, el séquito llegó hasta el Cabildo Viejo, donde esperaban, tras el texto pertinente, Jesús Méndez, Melchora Ortega y Manuel Valencia. Con la acústica que proporciona el enclave, Jesús rescató pasajes de Caballero Bonald adaptándolos a la seguiriya, matizando el cante y llenando de emoción a la sala, que disfrutó además de la guitarra de Manuel Valencia, que demostró nuevamente que el binomio Méndez-Valencia funciona de qué manera. Apareció entonces Melchora Ortega. De negro y con mantón blanco y morado, la jerezana entonó bulerías por soleá salpimentadas por las sugerentes letras de Bonald.
La última parada, el Alcázar. El embriagador sonido de la fuente de la mezquieta se fusionó con la siempre llamativa guitarra de Juan Diego Mateos, un artista sobresaliente, encargado de respaldar a Lela Soto, brillante por cantiñas. Mientras, el público observaba atónito mientras se daba lectura a otro de los textos del escritor, esta vez con una anécdota con su bicicleta siendo niño en la Alameda Vieja.
Bajo los sones de mineras apareció David Lagos, todo un maestro, que completó su aportación por tientos-tangos (con las palmas de José Peña y Javier Peña) para llevar en volandas el baile de Andrés Peña, que como el resto de compañeros, dio buena cuenta de su talento y saber hacer.
Fue el final para un paseo curioso, llamativo y especialmente elegante con el que a buen seguro que Pepe, como le conocían sus allegados, habrá disfrutado desde el cielo.
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