XXVI Festival de Jerez

Bailar sin reglas

Manuela Carpio y Joaquín Grilo, durante el montaje.

Manuela Carpio y Joaquín Grilo, durante el montaje. / Miguel Ángel González

Para Manuela Carpio, la vida cambió un 28 de agosto de 2018. La muerte de Juanillorro fue como una daga que se queda clavada en el corazón, un dolor con el que ha convivido en silencio durante todo este tiempo, pero que necesitaba expresarlo y expulsarlo de alguna manera. Por eso ayer, en el Teatro Villamarta, La Carpio se sintió liberada de toda esa opresión acumulada. Fue un proceso lento, como el quitarse capas cual cebolla, pero un proceso que le permitió, después de dos horas de espectáculo, volver a tomar el pulso a la vida.

Para ello expuso un montaje simple, sustentado a nivel escenográfico en sólo tres marcos (algo parecido a lo exhibido en su último paso por el Festival en 2017). Quizás esa simpleza pueda resultar vana para los que hoy día se ve sobre la escena, pero para ella es suficiente. Más que nada porque su ser y su manera de concebir el baile no necesitan de mucho más.

Las reglas son las reglas y las modas mandan, y para no ir contracorriente, Manuela Carpio se apoyó en un montaje organizado, dando su sitio en la primera parte a cada uno de sus invitados (Gema Moneo, Pepe Torres, La Farruca y Antonio Canales), que aprovecharon su momento a su manera, unos con una excelente puesta en escena y donde se vio el trabajo de fondo, como el caso de Gema Moneo y Pepe Torres (extraordinarias sus aportaciones), y otros recurriendo a su sentido más anárquico y visceral, como La Farruca y Canales. Todo sin demasiadas ataduras, y eso, para este tipo de artistas, es una ventaja.

Manuela Carpio, arropada por su elenco, por soleá. Manuela Carpio, arropada por su elenco, por soleá.

Manuela Carpio, arropada por su elenco, por soleá. / Miguel Ángel González

Su aporte a este modelo fue con un paso a dos. En este caso con unas alegrías bailadas con Joaquín Grilo. Dos símbolos del baile de Jerez frente a frente, dos miembros de una de las generaciones más prolíficas de la danza jerezana.

El público estaba disfrutando y mejor aún, mantenía la tensión, principalmente porque cuando se tiene delante a este tipo de artistas, en el baile y en el cante, en cualquier momento salta la chispa.

Sonó entonces la voz de Juanillorro, entre los aplausos del público, un quejío que sirvió de interruptor a Manuela, de blanco y dorado, y que nos devolvió a su mejor época. El orden y la estructura existente hasta el momento se volvió improvisación, fuerza y temperamento, tres pilares que caracterizan el baile de la jerezana. Se volvió libertad, y se volvió sentimiento. Motivada por los cañones sonoros de Enrique El Extremeño, Miguel Lavi, Manuel Tañé y Juan José Amador en la soleá, la artista fue imponiendo su baile a base de arrebatos y experiencia, se fue ganando al patio de butacas, entregado a la causa.

Con casi hora y media de cante, apareció la gracia de Enrique Pantoja, todo un espectáculo encima del escenario. El veterano artista jerezano tiró de arte para cantarse y bailarse con maestría y situar el espectáculo en su cénit.

Se formó entonces la fiesta, en la que la bulería comenzó a tomar protagonismo a través de cada uno de los integrantes del elenco artístico. El Cachorro se marcó una pataíta de diez, Diego de la Margara, imperial, sacó a relucir toda esa elegancia bailaora que atesora, y Manuela bebió de su fuente de la inspiración, gozando de El Torombo, La Farruca, Canales, Grilo y Pepe Torres, que dejaron su sello personal en cada movimiento. Era el colofón de un espectáculo completo, que fue de menos a más y donde el único inconveniente resultó su extremada duración, porque eso de dos horas hoy día, como que no.

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