XXVI Festival de Jerez

Del antagonismo a la comprensión

David Carpio y Manuel Liñán, durante 'Pie de hierro'.

David Carpio y Manuel Liñán, durante 'Pie de hierro'. / Miguel Ángel González

Cada vez que Manuel Liñán se sube a un escenario, pasan cosas. El público lo sabe, de ahí que en su vuelta al Festival de Jerez, Villamarta registrará un lleno total para ver en directo al artista granadino. Muchos de ellos, evidentemente, tenían aún en la retina su espectacular labor con ¡Viva!, una propuesta que ha arrasado allá por donde ha pasado y que en Jerez, en concreto, hizo llorar al público en una noche para la historia.

Por eso, este nuevo 'Pie de hierro' levantaba, cuanto menos, expectación por ver qué era capaz de contar el bailaor en esta ocasión. De hecho, su llamativo comienzo, especialmente transgresor, con guitarra eléctrica y batería a todo pulmón, ya aventuraba algo diferente a lo que habíamos visto hasta ahora.

Fiel a esa manera de hilar sus secuencias, 'Pie de hierro', que dedica a su padre (Manuel Arroyo 'Pie de hierro') y sus desencuentros con él, camina sobre una constante tensión, esa que lleva al espectador a casi no enterarse de que ha pasado una hora de espectáculo. Además, como ha venido siendo habitual en sus últimas creaciones, Manuel nos acerca, mediante su visión personal, a la inconformidad que le ha caracterizado en su propia vida, manifestando su contrariedad a ciertos estereotipos. 

Porque al fin y al cabo, el montaje no es más que una reivindicación por parte del artista contra las ideas o el camino que su padre intentó que siguiera, que en esta ocasión se centra en el mundo del toro. Resulta a veces que los padres intentamos que nuestros hijos consigan o hagan aquello que nosotros no hemos podido hacer. Y es ahí donde Liñán comienza su lucha, una lucha contra la idea de ser novillero que le inculcaba su padre y contra la que se rebela, cuando se da cuenta de su verdadera identidad o personalidad.

En todo ese deambular, el artista se apoya, como no, en David Carpio, que hace el papel de padre, exhibiendo una vez más un completo dominio de la escena y lo que es más importante, un derroche de facultades bestial, pues acumula durante todo el montaje un auténtico maratón de cante. No es el único que sobresale en el apartado musical, ya que tanto la guitarra de Juan Campallo como el violín y la guitarra eléctrica de Víctor Guadiana, conforman un universo sonoro extraordinario, como lo demuestra la pieza por granaínas que ambos realizan a dúa y en la que por momentos nos lleva a aquellos sones del rock andaluz de Triana o Alameda.

Manuel Liñán, bailando por farrucas. Manuel Liñán, bailando por farrucas.

Manuel Liñán, bailando por farrucas. / Miguel Ángel González

Todo en 'Pie de hierro' tiene una significación, la música (donde encontramos hasta un pequeño fragmento de la marcha Amarguras), el vestuario y hasta las letras de los cantes que interpreta David Carpio van en consonancia con lo que está ocurriendo. Igual pasa en el baile, pues si tenemos que ensalzar algo de este nuevo espectáculo de Liñán es la extraordinaria coreografía de algunos de sus pasajes, sobre todo la que realiza con la chaqueta de brillos al compás de las bulerías de Cádiz o la que ejecuta junto a Ana Romero y Tacha González con el sombrero cordobés en la que incrusta el toque humorístico.

Quizás el único lunar es que en el último tramo y después de casi una hora incontestable de espectáculo, el ritmo decae en la farruca, donde recurriendo al shibari, esa técnica japonesa de ataduras, y con el capote a modo de falda como símbolo de aceptación, Liñán alcanza la liberación acompañado por el magnífico violín de Víctor Guadiana. El público, no obstante, le despidió en pie demostrándole lealtad a un artista fuera de serie.

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