Amor y Sacrificio

Austeridad por La Plazuela

  • La Hermandad de Madre de Dios tuvo que volverse a su templo desde plena Carrera Oficial por la lluvia

UNA de las notas más características de nuestra Semana Mayor son la gran cantidad de contrastes que hay. En un día en el que la alegría y el sabor a barrio llega desde La Constancia y La Plata, desde este templo sobrio y austero de Madre de Dios, a dos pasos de La Plazuela, con el monumento a la gran Paquera de Jerez oteándolo todo, una cofradía de aires jesuíticos puso un año más la nota severa y ascética al Lunes Santo jerezano. Pero a pesar de esa sobriedad y ese espíritu que le diera el Padre Antonio de Viu, y que sigue presente desde su fundación, no se concibe nuestra Semana Mayor sin esta cofradía que levanta pasiones en su barrio debido al gran numero de devotos que tiene la Señora del Amor y Sacrificio, quizás la dolorosa con más devotos de Jerez

Una sencilla cruz de guía arbórea abre paso a un amplísimo cortejo de nazarenos con mirada al frente, capuz negro sin capirote (reminiscencia de aquellos primeros años de la cofradía, en los que el uso de antorchas de brea podían haber causado más de un disgusto de haber utilizado capirotes), medalla al cuello y cirios negros a la cadera. Numerosas cruces de penitencia y pies descalzos y, como fondo sonoro, cientos y cientos de avemarías, el rezo del Santo Rosario en un cortejo cuya sola presencia infunden el respeto y el silencio de los que lo contemplan.

Poco antes de las seis y media de la tarde salía a la calle Nuestra Señora del Amor y Sacrificio en su modesto paso cargado a hombros con horquilla, portado por veintinueve cargadores. Miradas al cielo por las muchas nubes que tenía. La mirada perdida al cielo de una dolorosa que en sus manos porta la corona de espinas con la que fue crucificado su Hijo es la mirada de todo el que contempla esta imagen nacida de las gubias del sevillano Carlos Monteverde, una mirada que a nadie puede dejar indiferente.

El silencio que rodea a la Virgen sólo se ve roto en la salida por la angosta puerta del templo jesuita, por el ya reseñado rezo del Santo Rosario, la saeta y los aplausos que la acompañan.

El penetrante olor de los alhelíes y el azahar que conforman el sencillo exorno floral de este paso impregnan el ambiente, un olor que a lo largo de la tarde irá mezclándose con el de los numerosísimos ramos de flores que los devotos, que acompañan en gran número a la Virgen, depositan en la modesta canastilla del paso.

Lo peor de la jornada llegó en plena Carrera Oficial, cuando la Hermandad decidió renunciar a llegar a la Catedral de Jerez y cogió por la calle Armas para dirigirse a su templo de la parroquia de Madre de Dios, algo que hacía al cierre de esta edición. Fue un triste  final pero el testimonio de estos cofrades de negro quedó de nuevo patente en las calles jerezanas, que es el objetivo al fin y al cabo.

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