ROCÍO 2019 / JEREZ

Una jornada rociera para enmarcar

  • Los rocieros jerezanos iniciaron la peregrinación al Rocío llegando hasta Bajo de Guía para embarcar hacia Doñana sin incidencia alguna

El Simpecado de la hermandad de Jerez avanza por Doñana. / MANUEL ARANDA

El día fue para enmarcarlo y llevárselo a casa. Si veníamos de unas jornadas de levante y calor que hacían presagiar una peregrinación de altas temperaturas, finalmente, la Virgen del Rocío ha querido que el viento de poniente se aliara con los cientos de peregrinos y la primera jornada de camino fuera casi una delicia. Un aliado fiel que propició que la jornada transcurriera con total tranquilidad.

Pero el día comenzó ya temprano en la zona de Cristina. Allí ya se empezaron a escuchar los primeros cohetes que se recuperaban tras años de olvido como consecuencia del paso de la hermandad por la zona del zoológico jerezano. Por aquello de no asustar a los animales. No se sabe qué ocurre cuando las tormentas acechan en la ciudad y no mira la zona por donde se quiebran los truenos. Pero anécdotas aparte, la jornada comenzó la Misa de romeros cuando el cura fray José Gil hizo un llamamiento a hacer el camino para el encuentro con la Virgen, la que habita en las marismas y que es la Patrona de Almonte.

Salió el Simpecado de Santo Domingo y las temperaturas no podían ser más frescas. Jornada para una buena copa de vino y para dejar en el fondo de las neveras los botellines de cerveza. La sombra de las jacarandas era todo un clásico de la salida de Jerez. El rezo de los alumnos de la escuela San José, el encuentro con la hermandad de la Soledad en la Victoria y el encuentro con Santiago y su barrio en la zona del ábside de la iglesia parroquial. El rezo ante los enfermos en el hospital San Juan Grande y la dejada de banderas en la zona del Calvario hasta la vuelta.

Así comenzaba una larga caminata de asfalto y camino. Una jornada en la que los mulos tiraban a gusto ante la tregua del calor y los peregrinos se aferraban al agarradero trasero de la carreta. Un devenir de oraciones y gracias a María y un continuo mirar hacia la Madre de Dios que se prefiguraba en el Simpecado que hace años ya bordara Fernando Calderón para sustituir el antiguo y clásico de la hermandad de Jerez.

El paisaje no podía ser más bello. En la lontananzas se dibujaban las bellas curvas de los montículos sembrados de vides bajo la riqueza de la tierra albariza. A un lado el verde de las viñas, al otro el amarillo de los girasoles que las gentes del campo las llaman directamente pipas. Una señora esperaba en el montículo de la campiña al Simpecado. “Tengo a una niña malita. Las cosas de las enfermedades modernas de ahora. Que una va al hospital y se da cuenta de la cantidad de personas de toda condición y edad que están tocadas por este maldito mal”, señalaba la señora. Y como el Rocío es así, cuando llegó la carreta, un ángel le sopló al alcalde de carreta que había que parar ante la señora para que rezara y depositar ante la plantas de la Virgen el deseo de una pronta mejoría. La señora se derrumbaba ante el detalle de los rocieros jerezanos.

En Ventosilla llegó la hora de que los animales abrevaran. El rengue clásico en esa llanura en la que no existen las sombras. Y después, tras el almuerzo, un continuo andar de peregrinos, caballistas, vehículos todo terrenos y carriolas. Hasta llegar a Sanlúcar de Barrameda. Esa tierra donde la alfombra de albariza y viñas verdes se pierden como una alfombra que es antesala de la misma gloria. Hasta allí llegó la hermandad con la vista puesta en Malandar.

Eran las cinco de la tarde cuando la tracción animal iba embarcando. El alcalde de carreta, Félix Gallardo, comentaba que había “prisa para embarcar si todo iba bien. Una vez dentro del Coto de Doñana, el camino se hace mucho más tranquilo y sereno”, aseguraba a este medio.

Así que entre el agua salada de la siempre alocada desembocadura del Guadalquivir, la hermandad fue tomando la barcaza de Cristóbal para dar ese salto bendito que lleve a los romeros jerezanos al corazón del Coto.

Muchas oraciones finales de todos aquellos que peregrinan por el asfalto. De esos jerezanos rocieros que son tradición con el pañuelo al cuello y el cayado a la mano. Peregrinos que gustan de hacer camino junto al Simpecado hasta Sanlúcar. Otros serán los elegidos que den el salto hacia las arenas.

El cante se hizo protagonista en el momento de subir la carreta a la barcaza y Jerez explotó en ritmos por sevillanas. Era la última hermandad en pasar hacia Malandar. Y así se cerraba una año más un capítulo en Bajo de Guía. El día de la Virgen. La jornada que separa por medio del río tantas oraciones dirigidas a la Santísima Virgen.

Jerez echó a andar por Doñana buscando el palacio de Marismilla. Y allí pernoctará hasta que llegue el momento de vivir y sentir la segunda de las jornadas de camino. La que llevará a Jerez hasta Carboneras. Pero eso ya será otra historia que se contará mañana. Mientras, nos quedamos con la oración cantada. Serena y apocada tras un día en el que el tiempo se alió al paso de los peregrinos. Se atisbaba calor. Y finalmente fue el poniente dulce que sopla y agrada como el terciopelo al paso de las carretas. Agradable como el semblante sereno de la Madre de Dios. La que todos conocen como la Blanca Paloma que ya casi se intuye al otro lado del paraíso terrenal. Ese paraíso que llamamos Doñana.

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