Cofradías

José María Muñoz, el nazareno que pulverizó todos los registros

  • Con casi setenta años de edad, el cofrade de la Entrega y del Transporte estuvo vestido de nazareno 23 horas en menos de dos días

José María Muñoz junto a su Madre de Dios de la Misericordia, Reina del Transporte.

José María Muñoz junto a su Madre de Dios de la Misericordia, Reina del Transporte. / Miguel Ángel González (Jerez)

José María Muñoz, Pepe ‘Caulina’, como se le conoce entre la gente que lo estima, tenía dos papeletas de sitio de sus cofradías y una papeleta gorda cuando llegó el Viernes de Dolores. Al día siguiente le tocaba estar catorce horas vestido de nazareno con su hermandad de la Entrega de Guadalcacín. Al día siguiente, al frente de la cruz de guía en la hermandad del Transporte como lleva haciendo desde  hace más de treinta años aunque “ahora ya la lleva mi hijo porque no tengo los brazos con la misma fuerza. Ahora llevo un farol”, afirma. Sus devociones nacen por cuestiones distintas. “En la Entrega soy hermano porque estaba muy metido en la parroquia de San Enrique y el párroco nos invitó a apuntarnos a mi mujer y a mí. En el Transporte porque mi padre fue fundador de la hermandad y llevo toda la vida”, asegura Pepe. 

Como es un hombre tranquilo y pocas cosas lo alteran, pensó que “al menos había que intentarlo. Algunos hermanos del Transporte me decían que no me vaciara mucho en Guadalcacín que al día siguiente me esperaban en la Merced”. Y así, después de estar catorce horas y andar más de trece kilómetros, a primera hora de la tarde ya se encontraba otra vez vestido de nazareno —blanco mercedario en esta ocasión— para cumplimentar la otra estación de penitencia. Y lo ha hecho con prácticamente setenta años, que no es un chaval precisamente. Cuarenta horas de las que veintitrés estuvo vestido de nazareno si se suman las dos carreras juntas. “Yo no lo veo como como una gesta, sino como una respuesta a la devoción que le tengo a mis titulares. Tenía mis promesas y mis cosas y no podía fallarle a ninguno”, asegura Pepe. 

Entre tantas horas con el antifaz puesto y la capa apretada, a este cofrade jerezano le dio tiempo de rezar mucho. “Fundamentalmente para dar gracias a Ellos por todo lo que nos concede”, apostilla. Sus zapatos, “los de salir que son muy cómodos”. Entrenamiento, “ninguno por si me cansaba de tanto andar todos los días y no tenía fuelle el día de la salida”. Y contra el hambre, la sed, el calor, el viento, los pies, el cansancio, los riñones y un sinfín de elementos más, José María Muñoz proseguía adelante sin desfallecer ni quejarse. 

Cuando se le pregunta si será la última vez que haga esta gesta de tantas horas bajo el anonimato de un antifaz no sabe la respuesta. “Ahora tocará en la Entrega hacer un balance y un análisis. Yo no es que lo deje de ver, pero este esfuerzo quizá habría que hacerlo con motivo de algo, por un aniversario o algo especial. En cualquier caso el cabildo de hermanos decidirá lo que se hará el año que viene”. Destaca que “este año había mucha hambre de Semana Santa. Se ha notado. Y esto lo pudimos ver cuándo llegamos a Jerez y toda la ciudad nos estaba esperando. Lo de San Juan de Letrán fue algo que recordaremos siempre”, recuerda ahora Pepe.

Pero el cansancio lo sintió más en el Transporte. “En la Entrega se anduvo mucho y eso hace que no te agotes tanto. El Transporte es otra cosa y hay parones que quebrantan mucho a los nazarenos”. Pero su promesa estaba hecha desde poco antes de casarse cuando la Reina le hizo un milagro por un problema que tuvo la que es ahora su señora. “Nos dijeron los médicos que no pensáramos en tener hijos y se lo pedimos a la Reina. Y cuando nos casamos tuvimos cuatro. Así que le prometí a la Virgen que, mientras pudiera, aquí estaba cada Domingo de Ramos”, comenta ciertamente emocionado. 

Pepe ha demostrado que querer es poder. En lo referido a tantos costaleros que dicen que sacan tres o cuatro cofradías él ni se inmuta. “Ellos dirán que lo hacen por afición, pero lo cierto es que también están atrapados por el Señor y por la Virgen. Y son sus pies que es algo muy importante. Por tanto, aquí no hay más o menos valía. Todos estamos metidos en esto y todos hemos sido elegidos por Ellos”, afirma. 

Cuando llegó la madrugada del Lunes Santo y el Transporte se recogía en la basílica de la Merced, Pepe, con su capirote bajo el brazo, se acercó a la Reina y posiblemente se le derramó una lágrima de emoción. El trabajo estaba hecho y cumplimentado. La papeleta que tenía el Viernes de Dolores se había convertido en un motivo más de fe y devoción. Nuestro hombre, sin querer darle mayor importancia a lo suyo, la miró y la observó en toda su hermosura. “Fue en ese momento en el que de nuevo le di gracias por tener salud y por poder seguir adelante, que es lo fundamental”, apostilla Pepe. Y se fue a casa a descansar que bien que se lo tenía merecido después de tantos padrenuestros rezados bajo el anonimato de su condición de nazareno de pura cepa.

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