Aquella saeta al Señor de la Via Crucis
ERA una noche fría, de esas que de vez en cuando aprietan bien los costados a los abrigos, una noche que por obra y gracia de la Luna de Nissán, era de capirotes altos, blancos y negros, y también de capuces egipcios morados como los lirios, y también de terciopelos verdes bajando desde la Plazuela, escoltas de un palio lleno de Gracia, y de un pretorio condenado de por vida.
Superada ya la hora de la obligada visita a la Catedral, y por aquello de los nuevos recorridos que la Carrera Oficial determinaba a todas las cofradías, la silente Cruz de Guía de la Hermandad de Las Cinco Llagas, enfiló la angostura de la calle Carpintería Baja, despacio y lentamente, haciendo del acompasado vaivén de la sarga blanca, repetida y anónima oración de aquellos nazarenos de espíritu franciscano. Poco a poco, la cera derramada en los adoquines iba haciendo hueco a la llegada del Nazareno de túnica morada y bordados de oro, justo cuando un golpe seco sobre la visera del paso, ordenaba un nuevo descanso debajo de las trabajaderas.
Y entonces ocurrió. De repente. Un 'quejío' lejano y lastimero detenía los pulsos a las pocas decenas de personas que allí estaban, un 'quejío' seguido de otro, y de una letra que resumía en sí misma, todo el sentido de aquella noche santa: "Silencio blanco, túnica 'morá', carita morena.
El de las Cinco Llagas va caminando, y con ese madero no puede. El madero donde en el Calvario, después, 'Pare' mío, te van a 'clavá'.
Y nada más. Algún 'óle' aislado, musitado con el mismo silencio con el que se había asistido a aquel momento, algún leve clikeo de algún móvil tras la oportuna grabación, y nada más. Sólo una señal de la cruz por parte de Luis Lara 'Pacote' -cantor de todas la noches nazarenas- justo delante del paso, mientras las almas intentaban despertar de aquel sueño, convertido sin esperarlo, en uno de los momentos más bellos de aquella Semana Santa... quizás de todas las Semanas Santas de nuestras vidas.
De hecho, desde entonces es difícil no pasar por allí, sin volver a recodar aquel estremecimiento, y aquel comienzo maravilloso de la saeta: "Silencio blanco, túnica 'morá', carita morena..".
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