Patrimonio

Silencio temporal en el campanario

  • La retirada de las campanas de la Catedral, las más antiguas del siglo XVI, es el primer paso para reparar y abrir la torre a las visitas, una vez que sea restaurada.

No se sabe aún cuánto tiempo tardarán en volver; cuánto tiempo estará en silencio el campanario más notorio de la ciudad, el de la Catedral, el que dicen que se levantó sobre el antiguo minarete de la mezquita mayor que tuvo Jerez en aquella zona, aseveración que es más leyenda que certeza. Las ocho campanas de la torre ya están en Torredonjimeno donde una de las pocas empresas especializadas que existen en España, cuya marca es una lagartija, se ocupa de restaurarlas y devolverlas a como fueron concebidas una vez reparadas las grietas y despejadas de los temibles rastros que dejan los palomos. Esta operación no es aislada ya que de forma paralela se rehabilitará la atalaya catedralicia, afectada por el paso de los siglos, para abrirla al público y así forme parte del catálogo de atractivos que se oferta al turisteo que se acerca al primer templo diocesano.

"La visión de la ciudad desde arriba es magnífica", comentaba el obispo José Mazuelos casi poniendo los dientes largos para los que buscan perspectivas distintas de Jerez, eso sí, sin vértigo. El prelado, el pasado jueves, estaba a pie de 'obra' observando la operación de retirar y bajar las piezas, trabajo nada baladí si tenemos en cuenta que la Gorda, que es como se llama a la mayor de ellas en la jerga campanera, pesa dos toneladas y media. Pero la experiencia y la pericia de los operarios de Campanas Rosas, que siguen los dictados tradicionales en la fabricación de estas piezas que San Paulino Obispo introdujo en el culto divino en el siglo V en Italia, hizo que todo fuera como coser y cantar durante las más de cinco horas que duró todo, con la ayuda de una grúa cuyo brazo era capaz de llegar a lo más alto.

Se bajaron ocho campanas y la matraca, más otras dos que se rescataron de las cubiertas de San Dionisio cuando aún era noche cerrada. Mención especial merece la matraca, añejo artilugio que es algo así como una campana pero de madera con una serie de herrajes a su alrededor que eran los que provocaban el sonido peculiar cuando volteaba el Viernes Santo, día en el que la liturgia prohibe el tañido de las campanas. "Una pieza única", era la afirmación más repetida entre los curiosos y entendidos que se acercaron hasta el reducto para ver en el suelo la interesante y magnífica colección de bronces que cobijaba el campanario, una oportunidad única teniendo en cuenta que nunca habían sido arriadas desde las alturas y mucho menos las más antiguas, fabricadas en el siglo XVI.

Uno de esos mirones lo hacía con especial interés y con ciertas dosis de un cariño que no podía ocultar al ver a pie de calle las campanas. Además, las observa de forma experta, como si esas piezas que habían abandonado las alturas y ahora tocaban el suelo fueran viejas amigas. Y así son en cierto modo. Juanillo es uno de los campaneros, un chico joven, enjuto y los de toda la vida en la Catedral. También había cierta nostalgia en su mirada. No es para menos ya que cuando vuelvan estarán esplendorosas y ya no habrá que subir los más de doscientos escalones para llegar a lo más arriba de la torre. La tecnología se impone. El toque será eléctrico, un automatismo que reproducirá la secuencia adecuada -Angelus, fiesta, gloria, difuntos- con solo pulsar un botón.

La torre, según se relata en el Inventario de las Campanas de las Catedrales de España, tiene un cuerpo mudéjar del siglo XV y un cuerpo triple de campanas de los siglos XVI al XVIII. Es lo único que queda de la anterior Colegial, una atalaya que por los pelos se salvó de ser derribada en el siglo XVII por capricho de algún 'iluminado'. La construcción está exenta y es de factura gótica, en la parte inferior, y barroca en la superior sin que se aprecie ningún resto islámico. Hay ocho campanas y la matraca, de las que cuatro son fijas y cuatro de volteo. Las más antiguas, de epigrafía gótica, son la del reloj, posiblemente de 1510, y la Gorda, de 1566. Hay una de 1682, del fabricante Matías Solano y otra de Joaquín Herrera del siglo XVIII. La de volteo es de 1752. En la segunda planta están las de volteo de autor anónimo de 1928 y otras de José Marcos Rosas de 1885. El conjunto en su actual estado, según valoran los expertos, impide sacar más del 5 por ciento de su potencial sonoro y rítmico.

El skyline de Jerez seguirá con una de sus singulares 'puntas', la de la torre catedralicia que seguirá señalando el cielo de Jerez, por ahora en silencio, junto a la torre de San Miguel y las chimeneas de la extinta fábrica de botellas, el paisaje de siempre del que se puede disfrutar al observar la ciudad cuando desde El Puerto, se va arribando a la ciudad bajando la cuesta del Chorizo.

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